Sobran las bandas de rock parecidas a la figura mitológica de Ícaro. Si algo tienen es energía, ímpetu, curiosidad, quieren comerse el mundo, aunque les adviertan que vuelen con cuidado. La historia y sus allegados les repiten: “No vuelen demasiado alto sin los soportes necesarios”. Una y otra vez les explican que el calor del sol derretirá la cera de sus alas; además les recomiendan que no bajen demasiado al surcar el aire porque la espuma del mar mojaría sus frágiles alas… Serían terribles los resultados, pero en el mito griego, como conmigo y muchos otros, es igual: no nos gusta prestar atención.
Muchas bandas incipientes se elevan y, en la borrachera producto de sus 15 minutos (o segundos) de fama, caen tan rápido como despegaron. Pasa más en una era de inmediatez absoluta, en contraste con un crecimiento perseverante, a veces lento pero que tiene hoy a The National en otra liga. Importa porque no es solo una banda con una música estupenda, sino que parece una respuesta involuntaria y abierta a la urgencia de éxitos, del tuit llegador, de la story narcisista, de los delirios positivos, de las críticas brutales y a cómo, estando apresurados en todo, estamos en ninguna parte.
En sus orígenes el grupo se formó en 1999 en Cincinnati, Ohio, y desde hace algunos años trasladó su sede a Brooklyn. De haberse desesperado pudo fácilmente finalizar en una lápida permanente en el cementerio de la escena indie-rock de Nueva York. No fue así y cuando lanzaron su debut homónimo en 2001 fueron descritos como un acto de country alternativo, uno particularmente notable. Desde entonces el cantante y compositor Matt Berninger cantaba y hacía alusiones sombrías acerca de las rutinas de los jóvenes en las ciudades, aunque sus rolas terminaron ahogadas ante el vendaval revivalista del garage pop de The Strokes, Yeah Yeah Yeahs y actos similares. No obstante The National fue paciente y avanzó con calma con su segundo álbum, Sad Songs For Dirty Lovers (2003). Ya en su tercer LP, Alligator (2005), demostró la calidad necesaria para forjar una carrera duradera y significativa.
Pero Matt Berninger (voz), Aaron Dessner (guitarra, teclados), su gemelo Bryce Dessner (guitarra), los hermanos Scott Devendorf (bajo) y Bryan Devendorf (batería), nunca se emocionaron por permanecer aburridos en su zona de confort y prefirieron dar pasos medidos pero relevantes. No obstante como público no fuimos prevenidos de los jabs, rectos y ganchos al hígado que nos recetaría su siguiente álbum: The Boxer (2007). Era su larga duración más exitoso hasta entonces, alejado de los himnos rockeros de sus placas anteriores. Las nuevas canciones sonaban más apasionadas, intensas pero también introspectivas y describían cuánto pesa la falta de certezas, el desamor, los apegos, el dolor, la ansiedad, tristeza y alienación en la rutina.
Más de diez años antes los críticos hablaban de Matt Berninger y su voz de barítono. Pero desde siempre las letras mantenían sus tópicos en la realidad aunque el carismático vocalista les dejara los bordes dentados y añadiera elementos impresionistas que nos obligaban a vagar en la introspección más emocional, una labor que recordaba a escritores como Raymond Carver.
En 2011 la banda editó su extraordinario LP High Violet que inicia con el tema “Terrible Love”. Era una canción bella y melancólica, marcada por acordes suaves menores, reverberación y un elegante sonido jazzero-pop-rock del piano. La tónica era similar por unos minutos pero se transformaba en un caos sonoro que transmitía una sensación desgarradora y parecida a las inquietudes eternas que nos acechan sin disiparse.
La producción de este álbum no estaba compuesta de ideas de último momento, más bien era descriptiva de las narrativas que el grupo persigue. Este cambio de forma modificó la voz barítono de Berninger en un instrumento que retroalimentaba notas precisas y ruidosas en temas como “Anyone’s Ghost". Marcaba un resultado único acompañado de tambores huecos y acordes a cada instante más nerviosos y temblorosos, como las manos de alguien consumido por la ansiedad y la desolación. En efecto, habían reemplazado la furia de Alligator por la tristeza y claustrofobia de la madurez, de la responsabilidad social y de los mitos del bien y el mal en épocas de anestesia general ante el dolor y crisis de opiáceos.
Pudieron lograr esta excelencia apoyados en la sutileza y estoicismo ante temas oscuros. Continuaron esta tendencia con el LP Trouble Will Find Me (2013) y, un par de años después con su séptimo álbum de estudio, Sleep Well Beast. Los autores de “Fake Empire”, “Mister November”, “About Today”, “Mistaken For Stranger”, “Hey Rosey” o “Conversation 16” revelaban canciones donde cada línea presionaba un punto sensible, algo equivocado o un deseo descontrolado. Pero al grabar Sleep Well Beast sabían que esa era la norma en la experiencia humana, para que elya aniquilaran miedo a desaparecer, que los aquejo en la era The Boxer. Nunca fueron Ícaros y por fin aceptaron que es fácil llamar la atención para disolverse instantáneamente entre el sol y la espuma.
Y fue mejor, porque se olvidaron de editarse o limitarse a sí mismos y prefirieron lanzar a la mesa todo lo que podían, sin parar. Al final del proceso voltearon a la mesa otra vez. Habían aprendido a destruir su obra, sus alas y a buscar nuevas sensaciones sin desprenderse de sus ideales. Hoy siguen en lo suyo, imprudentes al hacer “rock que no es rock” como escuchamos en su más reciente LP, I Am Easy to Find. Son solo canciones al final. No les gustarán a todos pero nadie saldrá lastimado, a diferencia de lo demás. Así es la vida, ¿no?
De esta manera The National ha transitado dimensiones sónicas y se ha abierto a la multitud de experiencias que suceden al mismo tiempo, alejados de las certezas, explorando la memoria y cómo nuestras acciones afectan el entorno, testigos del buen o mal efecto que logran en los demás. Hoy que los escucho acepto que es normal querer escapar y recluirme en casa. Cerrarle las puertas al mundo, acompañado de alguien a quien yo le importe de verdad, para ser estúpido, tener defectos, reír o actuar serio. Para olvidar cualquier pretensión social y hacerle al tonto, siendo yo feo, enojón o torpe, mejorando cada día, sí, pero seguro de no ser juzgado al menos por mí mismo. Y se vale sentir miedo, temor a perder lo que se ama o cansarse de luchar por lo que se añora o por ser amable, aunque seguiré ese camino. Si es fácil o difícil no lo sé, mejor escuchen al grupo y si no sienten el latido de su corazón mientras lo hacen, revisen si aún tiene pulso.