En la actualidad, la importancia de llamarse Flaming Lips no es una responsabilidad menor. La rareza de esta agrupación originaria de Oklahoma se exhibe siempre una manera espectacular, a veces incluso aterradora. Pero marca una diferencia muy clara con el resto del panorama de la música pop, porque han transitado todas las etapas posibles: comenzaron jugando con el postpunk y el indie, se dejaron envolver por el rock psicodélico y cuando se habían ganado el respeto total de la crítica (finales de los años 90) decidieron introducirse en los caminos de la música ruidosa y llena de matices, para aventurarse por una propuesta más arriesgada.
Nada debería parecernos extraño cuando se habla de Flaming Lips quienes se han empeñado en luchar contra la monotonía existencial, que desde hace más de tres décadas -y contando-, se ha dedicado a llevar felicidad y cuestionamientos a través de la música. Desde 1983, la agrupación liderada por Wayne Coyne se encuentra en constante evolución, rompiendo sus moldes una y otra vez desde su debut con el álbum Hear It Is, una producción un tanto desordenada y completamente desinhibida, concebida con la menor de las pretensiones. Esto no fue más que una prueba de lo que vendría a continuación en la carrera de The Flaming Lips: viajes de sonido constantes, que permitirían a los de Oklahoma no encasillarse en un marco sonoro.
La agrupación leyenda en Estados Unidos y héroes en el estado de Oklahoma, donde los ciudadanos en 2009 escogieron su tema, “Do you realize?” como himno rock por votación popular, un tema que es como una pregunta que se lleva el viento, planteada de manera casi retórica y filosófica. Se cuenta que este tema surge a raíz de dos eventos que marcaron a Coyne siendo el primero la muerte de su padre y el segundo la batalla contra la adicción a la heroína a la que se enfrentaba el baterista del grupo, Steven Drozd.
Entonces fue cuando Coyne escribió esta letra tan existencialista: "Do you realize, everyone you know someday will die" (¿Te das cuenta? Todo el mundo sabe que algún día va a morir). No es una temática que parezca que vaya a encajar demasiado bien en una canción pop, posiblemente una de las más comerciales que han compuesto, que se escucha casi como si fuera un pequeño sueño placentero.
Al día de hoy, es una constante que cada concierto de la agrupación se transforme en una experiencia inolvidable para los presentes. Títeres, disfraces e inflables con formas de hongos, arcoíris, planetas, estrellas; y pelotas de colores, además del esperadísimo desfile por encima del respetable, donde Wayne marcha encerrado en una esfera transparente, para simplemente divertirnos y, como el propio Wayne dice, crear su propia felicidad.
La última gran sorpresa se trata de un cuento de hadas y reyes, titulado King’s Mouth, el cual está compuesto por 12 pistas, todas ellas estarán conectadas, pero cuidado, que el álbum también contiene partes narradas. Y para que la fiesta no decaiga, el cuentacuentos no es otro que el ex-The Clash Mick Jones.
La trama del álbum nos cuenta la historia de un rey que muere mientras intenta salvar a sus súbditos de una tragedia natural, se trata de una lectura casi cinematográfica en la que se deja ver un profundo significado sobre la benevolencia hacia los otros.
Los temas del decimoquinto álbum de la banda nos presentan sonidos ligeros, ambientados con voces de niños y coros suaves como en “Giant Baby”. A medida que se desarrolla el disco podemos encontrar momentos más experimentales pero envolventes, es el caso del tema “Mother Universe”. En este material también hay un clímax auditivo en la rola “Electric Fire” y “All for the life of the City”.
Mientras el desenlace remata con una atmósfera más bélica pero sublime como en “Funeral Parade”.
Este es Wayne Coyne, un tipo con un aura más que suficiente como para hacernos creer que los Flaming Lips son una anomalía necesaria, una alternativa que funciona como reflejo de una realidad cada vez más absurda.