La tecnología ya está en todos lados, nos hemos adecuado demasiado rápido a ella, simplemente hace un poco más de una década los smartphones no existían y ahora, gran parte de la población mundial tiene uno en el bolsillo.
Lo físico, las texturas, los olores, están quedando progresivamente superadas por lo visual, por lo intangible, además de la inmediatez que ha puesto todo al alcance de nuestra mano, lo que lo hace que las personas nos decantemos por lo fácil y rápido.
Todos estos nuevos cambios de paradigma hacen que las instituciones arcaicas tengan que transformarse para sobrevivir. Simplemente pensemos en la desaparición de algunas revistas físicas en lo que llevamos del año, porque es una realidad que no es necesario comprar algo si puedes leerlo con solo un par de clics.
La información se mueve de otra manera, los pensamientos se aceleran y las acciones buscan ser inmediatas, así que es obvio que instituciones que no han evolucionado demasiado a lo largo de los años, como las bibliotecas y museos, tengan el deber de hacerlo para no perder frente a la tecnología.
Pensemos por ejemplo en Google Arts and Culture, una página y aplicación para teléfonos móviles que resguarda cerca de 10,400 obras en alta resolución, con 7,000 millones de pixeles cuadrados para el disfrute de un zoom muy agudo.
Literalmente puedes mirar (como la mayoría jamás podremos hacer) con lujo de detalle, las pinceladas, las cuarteaduras del óleo. Una mirada privilegiada para entender cómo se ven las capas de óleo en la Noche estrellada (1889) de Van Gogh, por poner un ejemplo.
Así pues, empezando a tener estas pequeñas batallas perdidas con la tecnología, muchos de los museos han optado por obtener marejadas de personas al traer retrospectivas de leyendas del arte o artistas mainstream. Claro que es más factible que haya miles de personas formadas para lograr ver un Kandinski, que para ver una exposición con una curaduría más pensada sin nombres rimbombantes.
En ese sentido, el director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel dice: "Hay que repensar el modelo del blockbuster e intercalarlo con otros tipos de exposición, para que la razón utilitaria no predomine sobre la creativa. Es necesario resistir y darle la vuelta a un sistema que nos empobrece.
”Somos un servicio público. Como en un hospital, tienes que salir mejor de lo que has entrado. Tienes que haber aprendido algo y adquirir un poco de sensibilidad. Si el visitante entra, se hace una selfie y se marcha, no habremos contribuido mucho a su mejora".
Gracias a estos nuevos cambios de percepción de la realidad, cuando se busca que el visitante se vaya distinto, y no sólo con una nueva foto para subir a sus redes sociales, se vuelve complicado, porque la solución más simple es evitar las cámaras, pero eso no implica necesariamente una contemplación a consciencia.
Este es otro de los grandes retos a los que se enfrentan los museos: participación vs contemplación. Claro que no todos los visitantes antes de la era del smartphone iban a contemplar obras, simplemente en este momento, es más factible que los asistentes busquen un tipo de participación, ya que las redes sociales impulsan esto.
Así pues, los directivos de los museos deben pensar en cómo instar la participación que las personas ya buscan, sin dejar de lado el disfrute estético y sin caer en lo superfluo, como poner una zona al final del recorrido donde puedas escribir en un post-it qué pensaste de la exposición.
La participación termina por decantarse en la personalización. En este momento, hasta la publicidad está determinada para cada persona, lo que hace aún más complicado generalizar en una exposición.
Claro que también es una obviedad que no se puede crear una nueva para cada asistente, pero se puede inventar una forma en que cada visitante haga el recorrido a su manera, o aprenda lo que le interesa, con el uso de la tecnología.
Esta es una lucha que no está perdida, los museos siguen sin ser imprescindibles como lo están empezando a ser las revistas en papel, lo que permite que puedan evolucionar sin entorpecer su esencia.
Esperemos que en un futuro, el ritual de ir a un museo no se convierta en ponernos lentes de realidad virtual, y darle zoom a las “pinturas” que nos parezcan interesantes.