Hace un par de años que las noticias espaciales comenzaron a ser más populares entre los encabezados de nuestra cotidianidad y sus sucesos. Y en este corto periodo hemos visto cosas que antes pensábamos nunca llegarían a nuestros ojos, o al menos no en estas generaciones, sino en un futuro mucho más lejano.
Antes imáginábamos cómo lucía un hoyo negro, hoy en día tenemos un par de fotografías de dos y hasta confirman la teoría de la relatividad de Einstein. También estamos cerca de descubrir las estrellas más antiguas de nuestro universo primitivo, y hemos visto a detalle los planetas de nuestro Sistema Solar.
En realidad, no hace tanto que nuestro conocimiento científico especial ha incrementado considerablemente. Y hoy es una fecha especial, ya que estamos celebrando el cumpleaños 45 del vuelo de la misión Voyager, las naves gemelas humana espaciales que se encuentran más lejos de nuestro planeta.
La misión Voyager ha sido la primera en prestar sus ojos para observar detalles de Júpiter y Saturno. Asimismo, fue apenas en 2012 que alcanzó el espacio interestelar, convirtiéndose en la nave más lejana de nuestro universo.
Imagen: David Torres en Unsplash
Fue el 5 de septiembre, pero de 1977, que las sondas gemelas Voyager se lanzaron al espacio para cumplir la misión de operación más larga, desde entonces, de la NASA, se trata de las únicas naves que han explorado verdaderamente el espacio interestelar.
Si lo miramos desde un ángulo poético, se trata de las naves más románticas que ha lanzado la humanidad. Es decir, la eterna saudade de nuestra humanidad por encontrarse a sí misma desde el exterior estelar, hasta la perpetua necesidad de darse a escuchar y descubrir resguarda en estas naves.
La NASA las describe también como cápsulas del tiempo de su era, pues llevan consigo un reproductor de cintas de ocho pistas con el objetivo de grabar datos, y tienen unas 3 millones de veces menos memoria que los teléfonos móviles modernos y transmiten datos unas 38.000 veces más lento que una conexión a internet 5G.
No obstante, siguen conservando su vanguardia en exploración espacial, ya que están administradas y operadas por el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL por sus siglas en inglés) de la mismísima Nasa en el Sur de California.
Se trata de las únicas sondas que se han empeñado en la exploración del espacio interestelar. Es decir, más allá de nuestro Sistema Solar, ya que recordemos que nuestro planeta, Sol y demás vecinos celestes nos encontramos en la heliosfera, una especie de burbuja protectora creada por el campo magnético del Sol y el flujo hacia afuera del viento solar, o partículas cargadas del Sol.
Los científicos, unos más jóvenes que las mismísimas naves a estas alturas, se dedican a combinar las observaciones de las Voyagers con datos de misiones más nuevas, con tal de conseguir imágenes más completas de nuestro Sol y cómo la heliosfera convive con el espacio interestelar.
“La flota de misiones de heliofísica brinda información invaluable sobre nuestro Sol, desde la comprensión de la corona o la parte más externa de la atmósfera solar, hasta el examen de los impactos del Sol en todo el sistema solar, incluso aquí en la Tierra, en nuestra atmósfera y en el espacio interestelar”, dijo Nicola Fox, directora de la División de Heliofísica en la sede de la NASA en Washington.
“Durante los últimos 45 años, las misiones Voyager han sido integrales para proporcionar este conocimiento y han ayudado a cambiar nuestra comprensión del Sol y su influencia de una manera que ninguna otra nave espacial puede”, agregó.
Dentro de toda la misión espacial de relevancia científica, estas naves también cargan consigo la nostalgia de la humanidad materializada en un disco de oro, en el que residen imágenes de la vida en la Tierra, diagramas de principios científicos básicos y audio que incluye sonidos de la naturaleza, saludos en varios idiomas y música.
Es como un mensaje en una botella aventada hacia el océano galáctico, con la esperanza (o no) de ser encontrado por otra vida inteligente y decirles que existimos, ya sea en presente o en pasado, según el tiempo cósmico en que ese mensaje aterrice en las manos de alguna civilización avanzada; algo que podría suceder en poco o hasta en más de mil millones de años, al menos es el tiempo en lo que el oro podría desgastarse en el espacio y por su propia erosión por la radiación cósmica.
Ambas naves fueron lanzadas en 1977, la Voyager 2 el 20 de agosto, mientras que la 1 el 5 de septiembre. Ambas estuvieron orbitando junto a los grandes del vecindario: Júpiter y Saturno. Mientras que la Voyager 1 se movía a mayor velocidad para alcanzar al Voyager 2.
“Hoy, mientras ambas Voyager exploran el espacio interestelar, están brindando a la humanidad observaciones de un territorio desconocido”, dijo Linda Spilker, científica adjunta del proyecto Voyager en JPL.
“Esta es la primera vez que hemos podido estudiar directamente cómo una estrella, nuestro Sol, interactúa con las partículas y los campos magnéticos fuera de nuestra heliosfera, ayudando a los científicos a comprender el vecindario local entre las estrellas, cambiando algunas de las teorías sobre esta región y proporcionando información clave para futuras misiones”, concluyó.
Imagen de las tormentas en Júpiter tomadas por la nave espacial Voyager 1. Crédito: NASA
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