Las relaciones humanas son un tema complejo, porque por mucho que la psicología haya avanzado lo suficiente para entender cómo es que nuestro cerebro funciona en sí mismo, junto con la neurociencia y todas las demás ramas científicas y hasta antropológicas que analizan su comportamiento; es verdad que los seres humanos siempre seremos estos seres de alta complejidad que busca drama de una u otra forma en nuestras vidas.
Y no hablo únicamente de un drama a la Shakespeare, en donde si no se consolida el amor, la sangre y las lágrimas se derraman. Es decir, me refiero a un drama natural. La propia naturaleza de las cosas siempre está encontrando su clímax dramático.
Por supuesto que esto es una mirada meramente humana, pero, ¿de qué sirve ver el mundo sin esta óptica cuando no podemos escapar de nuestra propia condición? Por ejemplo, ¿acaso no es dramático cuando el sol se despide con sus colores estridentes armando siluetas de luz nimias entre las nubes y abandonando la sombra de su día? ¿No es un drama cuando el aire cálido asciende y se encuentra con el aire húmedo para entonces convertirse en un huracán?
La naturaleza es dramática, es decir, se especula que la propia existencia haya convergido de una aparente “nada” para explotar nuclearmente hasta crear un universo. Caos, catástrofes, desorden cósmico; algo de eso y la naturaleza de las cosas y la propia vida. No es extraño pensar que nosotros, seres sin mucha importancia en esta magna existencia inexplicable, seamos dramáticos.
Existen dramas pequeños, cataclismos dramáticos y dramas ridículos, eso sí. Existe una gran variedad de dramas que entretejen nuestra propia existencia y las relaciones amorosas se encuentran entre los primeros lugares de nuestros dramas cotidianos como especie.
"El amor, como ciego que es, impide a los amantes ver las divertidas tonterías que cometen", sentenció alguna vez William Shakespeare y no puede haber nada más cierto que esto. A veces, como Milan Kundera criticó tantas veces a lo largo de su obra, nuestro intento de grandilocuencia en nuestras pasiones termina convirtiéndose en el kitsch de nuestra cultura. Ya sea por nosotros mismos o por la narrativa externa a nuestra historia, por el ojo testigo de quien únicamente ocupó el papel de público, pero no de actor en la historia de nuestra vida.
De lo elevado y la hipérbole que supone el amor, a veces las tonterías se acomodan una tras otra para comprobar o desmitificar nuestras creencias en el amor y la vida misma.
Escapar, zafarse o liberarse, según lo mires, de un drama nunca es un asunto sencillo. Porque una vez que el remolino dramático nos consume, es difícil incluso querer salir de este. Nos embriagamos de locura y pasión, por no decir que nos encaprichamos como infantes aferrados a un juguete viejo, inservible y muchas veces peligroso, por mero sentimentalismo.
¿Cómo sabemos cuándo es hora de salir de esto? A decir verdad, casi siempre lo sabemos incluso poco antes del verdadero remolino. Sin embargo, es difícil aceptarlo o tomar la iniciativa de arrancarnos del pecho el ancla que nos ata a lo que sabemos que de una u otra forma, nunca terminará bien.
Pero como somos seres dramáticos, también somos seres necios. En este sentido, siempre hay señales que a veces decidimos ignorar, pero que ahí están y son indicadores de que es momento de separarse de aquella relación que es nociva o que simplemente está estancada y ha dejado de avanzar.
¿Cómo distinguirlas, incluso en nuestra necedad? O mejor dicho, ¿cómo saber cuándo ya es momento de separarse?
Para esto, John Gottman (reconocido experto en terapia de pareja), habla de cuatro factores predictores del divorcio o separación. Él mismo los nombró: Los cuatro jinetes del apocalipsis. Se trata de la crítica, el desprecio, la actitud defensiva y la distancia o evasión.
Estos cuatro jinetes se refieren a los cuatro estilos de comunicación, que aunque puedan hallarse puntualmente en “parejas felices”, pueden convertirse en veneno para una relación cuando su aparición se convierte en habitual.
Se trata de una danza “ataque-defensa” que termina por romper y desgastar cualquier tipo de relación. ¿Cómo saber si es momento de terminar la danza? Si percibes que no has dejado de bailar esta danza mortal en mucho tiempo, puedes acudir a ayuda terapeútica en pareja.
Igualmente, puedes tomar la iniciativa de salir de la espiral de una vez por todas. Por supuesto que ante esto, es difícil accionar. Pues el recuerdo, la nostalgia y el sentimentalismo del pasado nos ata fuertemente. Sin embargo, si es lo único que te mantiene a flote, es una clara señal de que ese barco ya se hundió.
Robert J. Sternberg, psicólogo estadounidense, ya habló de su Teoría Triangular del Amor. En la que según él, para que el amor completo tenga lugar es esencial la combinación equilibrada de tres elementos: intimidad, compromiso y pasión.
En este sentido, según sea la combinación de los tres elementos, el tipo de amor establecido (y el tipo de triángulo o pirámide amorosa) será diferente y particular para cada relación. Asimismo, el riesgo de una ruptura puede darse cuando el ideal de amor de cada uno choque frontalmente y la expectativa de uno no tenga nada que ver con la del otro.
A continuación, el video comparte y explica esta teoría de manera más extensa y específica.
Después de todas las teorías, es verdad que cada uno vive el amor de acuerdo a su propia experiencia. Y no cabe duda de que el drama es parte importante para sazonarlo, así que dependerá de nosotros hacerlo muy dulce, muy salado, o un punto medio, sin llegar a lo insípido. Asimismo, dependerá únicamente de nosotros tomar la iniciativa de separarnos una vez que sepamos que las cosas ya no están progresando, sino todo lo contrario.
“Los amores son como los imperios: cuando desaparece la idea sobre la cual han sido construidos, perecen ellos también”. Milan Kundera
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