Hace unos días releía un artículo de la revista Vulture, en el cual, su autor, Craig Jenkins, denominaba “esclarecedores” a estos meses. En particular se refería a marzo, pero cuento con suficientes elementos para asegurar igual a todo el año. Sobre todo hoy que por fin existe un consenso que ha despabilado nuestras vidas, de un momento único, difícil y complejo.
Estamos en medio de una crisis pero en los últimos tres, cuatro, meses ha ocurrido de todo. En realidad, siempre es parecido. Nunca supimos bien cuántos días tuvo enero (como aprendimos en los memes), hubo fuertes incendios en Australia, accidentes trágicos de personalidades y hasta un agarrón geopolítico entre EE.UU. e Irán. Es más, llegaron enjambres bíblicos de langostas a distintos países de África del este. Pero la aparición del coronavirus ha sido árida y detuvo el movimiento principal del planeta. Los indicios nos dicen que sus secuelas serán complejas y, naturalmente, insospechadas, forzándonos a explorar de qué podemos o no prescindir, es decir, de qué estamos hechos.
Para sorpresa de nadie, el escenario transita entre el temor, las dudas, los deseos y la habitual y abundante oferta de dimes y diretes en la virtualidad. Pero la obsesión por el conflicto nos engaña igual que siempre. A lo mucho ofrece victorias pírricas y nos hace creer a la rutina una gemela de Twitter o cualquier campo de batalla. Pero si nos enganchamos con la brusquedad o el pánico de las redes sociales, existiendo tanto más por apreciar, disfrutar y aceptar, una de dos: o nos acostumbramos y lo hicimos un hábito o ya nos gustó, no importa si estamos o no confinados.
Aunque lograrlo tiene su chiste, si nos apartamos de la absurda pelea y somos disciplinados al vaciar las perturbaciones de nuestros pensamientos, podríamos rellenar el continuo mental con realidades más agradables y menos repetitivas o vulgares. Nunca sobra investigar medidas que se traduzcan en un bienestar tangible, no forzosamente instagrameable, presuntuoso o desesperado por agradarle a quien solo hace click y nos regala un like. Más bien esto forma parte de un proceso individual, que requiere hallar acciones, medidas y posibilidades que se traduzcan en alegría (aun durante la pandemia) e impregnen a los demás de calma.
Por supuesto que con esta perorata no me refiero a los discursos de Miss Universo de los años 90, que sin cesar repetían “Paz Mundial” (como un sinfín de posicionamientos actuales en las redes sociales), ni a las falsas películas de buenos vs. malos de la supuesta vida real, que la vida política y todo tipo de credos comercializan para llevar agua a sus molinos. No, creo que es posible reflexionar y solicitar ayuda, tomar un taller, leer, meditar y aquello que uno aprenda para con paciencia y constancia entender que juzgamos al exterior de acuerdo a nuestras propias emociones personales.
Sí, con esto se revela por enésima ocasión que la fragilidad humana es una constante. No distingue (a)filiaciones, gustos, estratos socioeconómicos, edades, creencias ni se doblega ante ninguna bravuconada, negación o aseveraciones como que la popularidad o pertenencia a tal o cual núcleo nos hará más felices.
Si se lo preguntan después de este circunloquio, cité a Craig Jenkins porque habla de Bob Dylan, aunque no solo por el gran maestro, también porque nos enseña a seguir y envalentonarnos ante lo inevitable. En su texto, el columnista además habla de un capítulo de The Twilight Zone, “The Shelter”, en el cual Rod Serling, creador de la serie original, explora cómo “para que la civilización sobreviva, la raza humana debe seguir siendo civilizada”.
Así Jenkins nos lleva en breve hasta Estados Unidos en 1961, cuando se pensaba en un posible holocausto nuclear y otros temores todavía presentes en 2020. Pero su eje era Bob Dylan por su nueva canción (bueno, de hace un mes), “Murder Most Foul”, el primer tema musical original del poeta desde que editara su álbum Tempest en 2012.
Nadie como Dylan para no agradar porque sí, para desprenderse del qué dirán y concentrarse no en alguna vanidosa contienda de egos, sino en perseguir su camino creativo, espiritual y personal. Interesa más, como la fecha que elige para contextualizar su canción y hablar de algunas constantes atemporales: 1963. En ese año el asimismo premio Nobel de Literatura 2016 iniciaba su carrera formal en la industria musical y fue el año cuando asesinaron a John F. Kennedy, base temática de “Murder Most Foul”, rola que el nacido en Hibbing, Minnesota, llama un soundtrack del Zapruder Film, la conocida grabación que documenta la escena en Elm Street, Dallas, cuando el presidente estadounidense es abatido a tiros.
El trabajo de Dylan sin duda también esclarece. “Murder Most Foul” además es la primera canción #1 de Dylan en la lista de canciones de Rock Digital de Billboard. Con una duración de 17 minutos, relata cómo un evento adquiere un significado más allá de sí mismo y su papel en el espíritu de la vida de una nación. Dylan la publica entre la actual proliferación de medios de comunicación y la velocidad de las noticias. Que es un momento complejo también para la amplia y agitada producción de celebridades, caóticas y que en cuarentena, sin ir al gym, sin jugarle bromas a no sé quién, sin estelarizar una nueva superproducción valen lo mismo que todos. ¿Pero antes era diferente? En estos días es más difícil que estas "celebridades", con imágenes personales excesivamente planeadas por departamentos de marketing, tengan éxito al evadirnos de los grandes cambios políticos, crisis económicas o plagas que cualquier otra pesona. Afuera de su campo de acción son menos interesantes que cualquier conocido, amigo o posible desconocido virtual.
Dylan seguro lo sabe, y presenta su música y reflexiones con guiños a un importante número de autores que han relatado catástrofes rutinarias, algunas que ya existían antes. Sí, se ha reflexionado bastante sobre el momento y cómo respondemos a un cambio repentino en la vida nacional (en el caso estudiado por Dylan, por el asesinato de un presidente popular), para pensar si el músico, que nunca explica nada y es inescrutable, halló resonancias entre ese hecho histórico y el actual. También sabe que ahora la gente no puede consolarse reuniéndose con otros en un espacio público compartido… La virtualidad nos dice que quizás sí se pueda, siempre y cuando la raza humana sea civilizada.
Asimismo, tres semanas después de editar "Murder Most Foul", Dylan lanzó otra canción titulada "I Contain Multitudes", con sonidos ambientales de una guitarra acústica y cuerdas de acero, para recordarnos a Walt Whitman, tantas figuras y cómo las reglas de vivir son siempre similares, no importa si estamos o no confinados.
"Saludos a mis fans y seguidores con gratitud por todo su apoyo y lealtad a lo largo de los años. Esta es una canción inédita que grabamos hace un tiempo y que les puede resultar interesante. Manténganse a salvo, estén atentos y que Dios esté con ustedes". –Bob Dylan en Youtube, tras lanzar "Murder Most Foul".
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