La vestimenta hace siglos que dejó de ser sólo una manera de protegernos del ambiente, sino que cada prenda y la forma de usarla se ha convertido en una manera de identidad, reflejo de un contexto, forma de opresión o de liberación.
Aunque la moda fue catalogada como una forma superficial que interesaba solamente a las mujeres, también fue una manera de opresión e incomodidad para las mismas. Por lo que las primeras oleadas feministas la rechazaban, prefiriendo vestir con prendas que se han asociado a los varones, tal como pantalones y camisas.
Diciéndole adiós a los corsets, la primera y segunda oleada prefirió darle la espalda a la moda, ya que dentro de su lucha y contexto era una fuente primigenia de opresión.
Pero este pensamiento fue poco a poco dejado de lado en la tercera y cuarta ola, pertenecientes a los movimientos de finales del siglo XX y la actual oleada de XXI. Con representantes de mujeres que encontraron identidad propia y poder en la ropa, poco a poco se fue creando un puente para la manera en que lo vemos hoy en día.
Desde las Flappers en la década de los 20, que decidieron no masculinizar su estética, sino al contrario, dejar de lado el uso del pantalón como sinónimo de liberación y poder para encontrarlo en la realización sin tapujo de actividades que no eran bien vistas en las mujeres.
Pasando por las Teddy Girls, una subcultura de los años 50 nacida después de la Segunda Guerra Mundial, quienes ataviadas de chaquetas holgadas, con cuellos de terciopelo, pantalones arremangados un poco más abajo de las rodillas y faldas con cinturas ceñidas, así como la cartera de mano, el paraguas y los pañuelos anudados al cuello, irradiaban seguridad, orgullo y una autovaloración postguerra de la que poco se habla.
Hasta llegar a la minifalda en los 60 que marcó un punto y aparte en la autopercepción de las mujeres en la sociedad. Impulsadas por la pastilla anticonceptiva que le brindaba a las usuarias la posibilidad de elegir cuándo procrear, sin dejar su vida sexual de lado, la respuesta fueron los 35 centímetros de tela que dejaba las piernas al descubierto, ejemplificando la libertad.
Aunque las primeras oleadas del feminismo fueron grandes detractoras de la moda, no podemos dejar de lado a dos exponentes que encontraron en la ropa formas de liberación.
Comenzando con las sufragistas, quienes en la Belle Epoque, supieron hacer uso de la vestimenta como una herramienta política. GWM eran las siglas del eslogan utilizado por las sufragistas inglesas de principios de siglo XX: Give Women Votes cuyo significado era “Den a las mujeres el voto”.
Pero también las iniciales de los colores que utilizaban para representar su misión: el verde (green) simbolizaba la esperanza, el blanco (white) la pureza y el violeta (violet) la libertad y la dignidad.
Colores que aún hoy en día son utilizados como representación de los movimientos feministas.
Y durante la Primera Guerra Mundial, fue que nació la enigmática figura de Coco Chanel, fundadora de la atemporal Chanel, esta marca confeccionaba prendas destinadas a una mujer moderna y emancipada. Sus diseños produjeron una ruptura dentro del sistema de la moda respecto a la opulencia reflejada durante los años de la Belle Epoque.
La estética Chanel impartía sencillez en sintonía con las necesidades y los deseos de las mujeres que participaban activamente en el nuevo siglo, las prendas diseñadas por Gabrielle Chanel permitían la libertad de movimiento y respetaban la forma del cuerpo descartando definitivamente el corset, pero sin dejar el estilo de lado.
Así es como llegamos a la cuarta ola del feminismo, el movimiento que actualmente levanta su voz en pro de igualdad y libertad de decisión por medio del color verde y el color morado. Un movimiento que poco a poco ha comenzado a recoger sus frutos, con mujeres que a pesar de todo, han logrado conquistar lugares de poder y antiguamente asociados sólo a los varones.
Como es el caso de Maria Grazia Chiuri, quien en el año 2016 asumió como directora creativa de la marca Dior. Ella expresó que cuando llegó a la maison “todos mencionaron el hecho de que yo era la primera mujer en liderar la marca, siendo que Dior era una marca femenina. Me pregunté por qué estaban tan sorprendidos. Ahora me doy cuenta de que todo tiene que ver con el poder. Comencé a preguntarme qué significa femenino y a pensar en el cuerpo”.
Con base en sus vivencias, su primera colección en el año 2016 exhibida en pasarela durante la Semana de la Moda en París mostró un compromiso con el universo femenino.
Chiuri, expresó que su objetivo es impulsar una “conversación global sobre la feminidad”. Por ello es que para su colección de primavera-verano 2017, imprimió en sus camisetas el lema ‘We should all be feminist’ (“Todos deberíamos ser feministas”) título del ensayo de la activista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie.
Aunque existen detractores a que una lucha social se lleve al mercantilismo, el siglo XXI vive en una sociedad del espectáculo que atravesado por la democratización de la opinión y la fama, ha encontrado que existe un vínculo muy relevante entre el vestido y la identidad.
Con esta realización, esta sociedad ha encontrado su propio estilo y abandonando antiguos mandatos. Lo que ha permitido que actualmente veamos el vestido como símbolo cargado de significados que representa para el nuevo colectivo feminista un instrumento de protesta, de empoderamiento.
Así que en nuestros tiempos, el cambio de paradigma va intrínsecamente unido a la identidad propia, la cual se va gestando en primer lugar en la manera en que vestimos, los colores y la intención.
Buscando respeto e igualdad sin importar el estilo de cada cual.
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FOTO: Lindsey LaMont en Unsplash