El leitmotiv de las máscaras lo vemos presente en nuestra vida diaria, desde las narrativas ficcionales en donde su representación es de la más literal y una búsqueda clara por deshacerse de una individualidad, como las indagaciones metafísicas y el significado y utilidad de vestir una. Por ejemplo, en el arte la desaparición del rostro ha fungido como ícono del ocultamiento de identidad, pensemos en la famosa obra de René Magritte, “El hijo del hombre”, el famoso sujeto con la cara cubierta por una manzana verde.
Mientras que en otras perspectivas y sensibilidades artísticas se busca el desprendimiento brutal y honesto de esta máscara, como en el famoso poema de Pessoa: “Tabaquería”, bajo el seudónimo de Álvaro de Campos, cuando explícitamente dice: “Cuando quise quitarme el antifaz, lo tenía pegado a la cara/ Cuando me lo quité y me miré en el espejo, ya había envejecido”.
Ambos ejemplos muestran sentidos contrarios de su representación. Sin embargo, son muestra de cómo nuestra sociedad se ha construido bajo el velo de una o varias máscaras. En ese sentido, nuestra narrativa también ha encontrado los puntos de fuga en donde el engaño es su principal motor, mientras que el temor a ser descubiertos o mostrarnos tal y como somos son razones de peso que nos llevan a desarrollar una o varias máscaras para vivir.
Por un lado existe la literatura, o la cultura pop, es decir, pensemos en la película noventera protagonizada por Jim Carrey, La máscara. Sobre el tema existen un montón de ejemplos ficcionales que no se nos dificulta trasladar a nuestro contexto y realidad.
¿Qué pasa cuando escuchamos hablar sobre los vampiros emocionales y cómo es que las máscaras tienen lugar en esta historia?
Iniciemos sobre a qué nos referimos cuando hablamos de vampiros emocionales. Actualmente este término se ha unido a la fila de conceptos en tendencia que se han popularizado por las emergentes reflexiones sobre la cultura de la salud mental, y por muy caricaturesco que pueda sonar este término, lo cierto es que en su imagen y literalidad hay mucho de verdad.
Desde un punto de vista psicológico, los vampiros emocionales son principalmente detectables por su poca empatía. También suelen mostrarse egoístas utilizando la presencia de otra persona para vaciar el saco de negatividad con el que cargan, sin reparar, en ningún momento, que esto ocasiona en sí un malestar y desánimo a quien lo vacían. O en otras palabras, muy pocas veces, o nunca, se ponen en los zapatos del otro.
El tema de las máscaras ocupa su función cuando los vampiros emocionales adoptan diversas formas. No siempre lucen iguales, y para eso será mejor identificarlos y saber cómo conservar nuestras energías.
Hacer una genuina revisión a nuestras amistades y relaciones interpersonales nos ayudará a identificar actitudes que pueden estar consumiéndonos en “contra de nuestra voluntad”. Por ejemplo, el típico amigo o compañero de trabajo que nos habla todo el tiempo de chismes negativos, maliciosos, o quienes todo el tiempo se victimizan ante las circunstancias y terminan por sofocarnos en su trama agobiante casi siempre faltante de empatía y respeto.
Más allá de cómo luzcan, estos seres siempre terminan por involucrarnos en su constante angustia y nos drenan nuestra propia tranquilidad y alegría, como también continuamente nos someten a su desánimo y descontento por la vida.
A los vampiros se les conoce en la mitología por ser esos seres que drenan sangre de sus víctimas para alimentarse y llenarse de más vida, algo así son estos seres, pero con nuestro tiempo, energía y ánimo en la vida. Algunos de los síntomas más comunes a los que nos sometemos cuando tenemos alguien así en nuestras vidas son:
La sensación continua de cansancio que nos deja cuando le vemos, dolores tensionales, bajadas súbitas de ánimo. Incluso podemos llegar a sentir una imperante sensación de querer huir cuando nos encontramos con ellos. Como secuelas también nos quedan problemas de concentración y hasta un bajo rendimiento laboral.
En el amplio catálogo de máscaras que abunda en la vitrina de los vampiros emocionales, nos podemos encontrar las más comunes como la del narcisista, el crítico constante, el hablador incansable y que no escucha, la eterna víctima, el agresivo, el sarcástico y estas solo por mencionar las más comunes. Sin embargo, suelen hacerse más y mejoradas versiones sobre estas.
Muy probablemente ya identificamos a alguien dentro de estas, pero, ¿qué pasa cuando nos vemos a nosotros mismos en alguna de ellas? Antes que nada, hay que mirarnos con paciencia y entendernos como seres complejos que sobreviven el día a día ante estímulos involuntarios del mundo exterior que, muchas veces, son los principales responsables que nos orillan a ponernos estas máscaras.
¿Cómo identificar cuando somos nosotros los vampiros?
Los expertos en la salud mental recomiendan observar si tenemos pensamientos negativos y catastróficos, o una constante necesidad de tener todo bajo control, en especial las actitudes de los demás. Igualmente, puede representarse en la necesidad continua de buscar un desahogo con los demás, sin tomar en cuenta las preocupaciones, opiniones o comentarios de estas personas.
Al final del día, los vampiros emocionales tampoco son estos monstruos que podemos imaginar, simplemente se trata de un síntoma que la humanidad nos ha llevado a desarrollar. Sin embargo, y para suerte de todos, todo tiene remedio y siempre podemos encontrar la forma de ser nuestra mejor versión y buscar la manera de empatizar con los demás.
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