Un recuerdo "George Harrison: Living in the Material World"

Entretenimiento Calendario 29 nov 2019 Alberto Ugalde

La película George Harrison: Living in the Material World (2011) festeja a una leyenda del rock silenciosa en expresiones, pero nunca discreta. Es una figura suficiente como raíz no solo de los incontables sueños que ha provocado a lo ancho y largo del orbe desde los 60, sino de cualquier tipo de expresiones creativas y obras artísticas. Esta cinta lo retrata de manera singular, atrae por los elementos que muestra y nos permiten comparar a Harrison, una pieza central de la historia popular del s.XX, con el realizador del documental, Martin Scorsese. Naturalmente esta similitud no solo se debe a los orígenes católicos de ambos o a una edad parecida (Scorsese era sólo tres meses mayor que Harrison). Es más por un legado franco, sensible y apasionado en toda encomienda, con el tamaño del proyecto o el mercado como elementos secundarios.

Es la constante de Living in the Material World, que inicia con la imagen de una grabación casera y determinante de lo que veremos. No es propiamente un documental musical, sino que nos recibe con lo menos esperado de un Beatle: un silencio parcial. Pero esta casi vacuidad no sería insólita de un maestro espiritual que ha sufrido mucho ruido, más si mientras, en silencio, observamos la toma de unos bellos tulipanes en un jardín. La imagen es video, típico de un sistema de grabación casero o familiar. Harrison era una luminaria, pero la elección estética recuerda que se apasionó por la floricultura de canciones las cuales, si fueran objetos terrenales, se hubieran construido como jardines Zen, llenos de una bella vegetación que no requiere reflectores. La elección hace que en solo unos pocos minutos de la película, de manera fácil, rápida y maestra, Scorsese abra las puertas del mundo subjetivo no solo del ex Beatle, sino del suyo.

La escena inicial sucede en uno de los patios de la mansión de Harrison en Friar Park, donde vivía él y su esposa Olivia, productora de esta película. De pronto Harrison aparece en la toma y sonríe. Avanza con cautela y tararea la rola “Tiptoe Through the Tulips” de Al Dubin y Joe Burke. Algunos espectadores creerían que entonces sonaría la banda sonora o el hit, por ejemplo, “Here Comes the Sun”, pero no. Una decisión de montaje ajena a lo caros de los derechos musicales del nacido en Liverpool en 1943, fallecido a los 58 años tras luchar contra un cáncer de pulmón. Tampoco se debe a que los derechos de los Beatles habiten cajas fuertes “morales”, vigiladas por ejércitos de abogados con un recelo poco cercano a la paz y amor, sino cercano a la vorágine comercial. No obstante, Scorsese no blande escenas sin motivo y de esta manera nos da la bienvenida a una larga suma de detalles (en 3 horas y media), entretenidos y conmovedores, que sintetizan parcialmente la búsqueda espiritual y no sólo musical del ex Beatle.

All Things Must Pass

Sin que alguno de los miembros de la súper banda de los 60 lograra los picos de genialidad de los “Fab Four”, los cuatro ex Beatles tuvieron una herencia musical importante en los años 70 y 80 (Ringo Starr un poco menos). Pero Harrison sorprendió con su creatividad, apoyado por el exotismo trascendente y bluesero que integró a su talento compositor. Después de editar un disco folk y otro, ¡de música concreta!, reunió las composiciones que John y Paul nunca le permitieron incluir en los álbumes del grupo, incorporó nuevas canciones y con la producción del loco Phil Spector compiló su tercer LP, su magnum opus en solitario: All Things Must Pass (1970). El ruido de la crítica decía: “Harrison no falla”. No obstante, parecería que ni con este álbum ni con su seca franqueza o sarcasmos logró comunicar que desde hace mucho él era el Beatle que había muerto y no Paul. De acuerdo, gustaba de las fiestas y pasar tiempo con el corredor de autos Jackie Stewart, con los Monty Python, etc., pero su meta era aprender a vivir, y a morir, para vivir nuevamente.

Parafraseando al autor Joshua M. Greene, si ser Beatle le había enseñado algo a Harrison era ir siempre con los mejores, y con su dedicación a los temas espirituales y variantes del yoga no fue la excepción. Greene también menciona que con los Beatles el nivel de estrés de George era directamente proporcional al éxito. Recordemos que la banda hizo siete giras por el Reino Unido, tres en América, otra en Europa y dos de índole mundial. Estaban lejos los inicios en hoyos fonqui de Hamburgo o su enfrentamiento precoz con el concepto de la muerte, sobre todo tras el deceso de Stuart Sutcliffe, el malogrado exintegrante de los Beatles. Pero como sabemos el cuarteto de Liverpool, en su cúspide, se retiró de las giras. Habían ofrecido más de 1,400 fechas, convertidos en semidioses (y eran los ejes de polémicas serias por sus apuntes sobre los Mesías y la espiritualidad) y agendaron más sesiones de grabación que nadie. En vivo ya ni se escuchaban, y sonaban mal, dada la histeria de las asistentes, por lo que el 29 de agosto de 1966, en el Candlestick Park de San Francisco, se presentaron por última vez en un concierto programado y con entradas vendidas.

Luego los Beatles experimentaron con LSD y comprobaron que las riquezas materiales, que no les faltaban, no eran suficientes para hallar paz. Poco después producían películas, a otras bandas y programaron viajes espirituales con el Maharishi sino es que a destinos como el Mediterráneo. Sin embargo, en el intermedio su manager Brian Epstein falleció por una sobredosis. El conjunto de situaciones desniveló su balance. Eran diferentes a los de antes, no les interesaba más ser un fenómeno prefabricado, ni convivir largamente con personas a las que respetaban y querían pero les servían de poco en sus proyectos.

Within You Without You

Quizá nunca desaparecerá la riqueza del cuarteto de Liverpool. Son de los mayores responsables de que la música popular abrazara una actitud artística y se transformara en ese choteado soundtrack de nuestras vidas o de todo tipo de revueltas. Pero ser Beatle también fue áspero y abrumador. Harrison entonces habría comprendido que estaba solo, pero que ello, aunque doliera, era algo natural. En esa época su mundo parecía caerse en pedazos, sufrió una crisis depresiva y un desaliento que superó ayudado por el yoga. Asimismo investigó la filosofía detrás de la música india, para estudiar la cítara, el Ashtanga yoga y aspirar a ser un sabio. Parece un cliché, ¿y qué?, pero hubo épocas cuando por las mañanas, mientras tocaba su instrumento, contemplaba la cordillera del Himalaya.

Free as a Bird

Una consecuencia natural de todo esto para el “Beatle silencioso” fue la incomprensión popular. Y era otra época. En aquel tiempo el hippismo no sólo era menospreciado por núcleos conservadores o círculos financieros (los brokers que hoy anuncian su amor digital por el yoga nocturno), sino que este estilo de vida se desfavorecía por la infinidad de vagos y perezosos que en el movimiento hallaron un círculo de confort. De acuerdo, Harrison le echó incienso de más a la noción de que era un guerrero del arcoíris. Nada extraño, su mayor éxito solista fue “My Sweet Lord”, influido por Edwin Hawkins Singers, en donde cantaba la palabra “Hallelujah” y el mantra “Hare Krishna” junto a los acordes gospel de Billy Preston. Sumen las “ropas Cherokee” y símbolos new age que Harrison integró durante la gira promocional de “su debacle crítica” (el LP Dark Horse, de 1974), como tener de teloneros a Ravi Shankar y otros músicos de India en su gira y comprendemos su aislamiento y rebeldía real, es decir, no vociferante. No solo eso, cuando aparecía en el escenario instigaba a los presentes a cantar mantras, y solo bajo el sabio consejo de Shankar, y nunca del todo convencido, tocaba alguno que otro éxito del pasado. Nunca hubiera podido hacer todo esto sin llamarse George Harrison.

I Me Mine

El documental también polemiza porque no se detiene en los defectos, recaídas, excesos o locuras de Harrison. Escuchamos pinceladas de cuando nuevamente sucumbió a las drogas, fiestas o, como lo plantea el siempre brillante McCartney –que en el montaje recibe un trato en pantalla menos que glorificado–, ser un “hombre con sangre caliente y roja”.

Harrison tenía una personalidad extrema y neurótica (un claro ejemplo es su bipolaridad con respecto a Eric Clapton, su amigo pero que se relacionó con su ex, Pattie Boyd) y no hay duda de que experimentó dificultades que lo llevaron a encerrarse en un mundo propio. Ya no compartía tanto con el seguidor que quería sólo rock, al Beatle, en vez de la supuesta liberación que él ofrecía. Se alejó de la música pop y aunque extrañaba estar en un grupo y por ello después formó una suerte de nuevo Sgt. Pepper’s (los Traveling Wilburys), evitó la nostalgia. Su escenario ya era material, él podía elegir y crear uno espiritual, imaginado, inmediato y afín.

Kundun

Scorsese dirige el material recibido y el trabajo del editor David Tedeschi, al entrevistador Warren Zanes y al grupo de investigación para construir un retrato donde, con seriedad y sin protagonismo, mezcla sus emociones. Claro que nunca sale a cuadro y lo mío es una conjetura a posteriori. Pero Scorsese es asertivo y difícilmente haría un documento artístico de alguien a quien no admire. No olvidemos que continuamente retrata historias de redención sobre escorias gangsteriles, que asume de carne y hueso, presas de infiernos vacíos, materiales.

Es parte de la tesis de George Harrison: Living in the Material World, en donde también sobresalen tomas de los Beatles, de Harrison y de figuras como el mencionado Ravi Shankar interpretando su instrumento. Eran escenas nunca antes vistas ni por los fans, que comprueban cuánto queda por descubrir de quienes supuestamente ya conocemos. Sin duda, Harrison era casi un superhéroe o versión pop de deidades pasadas, como otras pocas leyendas que superaron el entretenimiento. Todo forma parte este documental, en un riesgo, en un acierto.

Long, long, long

Inmediatamente de iniciada la película, se le pregunta a Clapton: “Si Harrison hoy viviera, ¿qué te diría?”. Eric Clapton, sorprendido por la pregunta, responde: “¿Quieres una taza de té?”. Acto seguido su hijo, Dhani Harrison, quien de niño creía estricto a su padre y le tenía miedo, aunque luego lo conoció en verdad y amó su cariño y gentileza, dice que le preguntaría “¿Dónde has estado?”. Dhani mismo responde lo que George hubiera contestado, en ese video casual, casero y muy familiar: “Aquí mismo. ¡Todo el tiempo!”.



Este texto se publicó originalmente en el blog de Ambulante, Gira de Documentales en 2012. Con motivo de los 18 años del fallecimiento de George Harrison, recibió una pequeña corrección y se publica nuevamente por parte de su autor.

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