En los años 80 y comienzos de los 90 yo no sabía que esperaba pacientemente la llegada del grunge. El acceso a la música no tan pop entonces era reducido, pero el destino cumplió mis deseos cuando Nirvana y cía aplastaron esa felicidad ochentera, casi confeccionada por marcas de refrescos. En esos años la espiritualidad y alegría eran tan reales como las que hoy se presumen en las aplicaciones de citas. Ese era el nivel. Pero la vida era igual de dura que siempre y la cacareada esperanza mediática era más una ilusión que nada, basada en la risa fácil y en superficialidades como creer que vales lo que tienes, que el éxito es sinónimo de estatus y que la popularidad es la de los realities dignos de Trump y sus protomirreyes.
Sin embargo, antes de que el grunge le abriera las puertas a géneros mayores que el del rocker Bon Jovi, pensaba en The Cure. Creía a la banda una reacción popular a la alegría masificada como producto. Mediante el rock pop más melancólico, casi suicida (para ejemplo álbumes como Pornography), nostálgico, sensible y genial, la banda inglesa nacida en Crawley en 1976 demostraba que le daba la vuelta a grupos entonces populares, sonrientes, casi unos sugus visualmente coloridos que hoy ni recordamos, a diferencia de la banda de Robert Smith, de su sombra y oscuridad, que explotaron comercialmente en 1989.
Hace 30 años lanzaron el que posiblemente sea su mejor álbum, Disintegration, que vendió más de tres millones de copias y elevó el estado de la banda de íconos de culto a superestrellas. Posteriormente no solo llenaron estadios o inmuebles como el Foro Sol, sino que parecían haber nacido para tocar en esos escenarios. Era una situación similar a la de Metallica, aunque estilísticamente tengan muy poco en común y The Cure prescindiera menos de sus principios que la banda que redefinió las posibilidades comerciales del thrash.
No es extraño saber que el álbum treintañero de The Cure surgió de un periodo turbulento de 12 meses, durante el cual Robert Smith luchó contra la depresión y no tuvo otra que despedir del grupo al cofundador Laurence “LOL” Tolhurts, quien recientemente vino a nuestro país a presentar el libro Cured, de memorias asociadas a la banda.
Disintegration hoy parece tan vigente como cuando nació. No es gratuito que en la película Ant-Man, la suerte de villano sea un engreído de clóset, con una visión pragmática del éxito, que no duda en hacer lo necesario para lograr sus fines, excepto tener compasión, entendimiento y estimación por el otro. Pero su actuar parece una consecuencia del abandono emocional en su vida. Lo demuestra con el apego obsesivo que siente por Hope Pym, la hija de Dr. Hank Pym, el científico que desarrolla la tecnología para, cual chorrito de Cri-Cri, hacerse chiquito o grandote.
El apego del villano es tal que la negativa friendzonera de la anhelada mujer lo enfurece más. El guion es genial y mediante detalles revela que la crisis mental del personaje no es nueva. Una estupenda minucia sucede en una secuencia delirante, con slow-mos, estruendo y tomas con gran nivel de cuidado. Durante el caos del clímax hay un momento vertiginoso y en cámara lenta, cuando el celular del villano sale volando por los aires. Le prestamos atención y se reproduce a todo volumen el playlist del gadget, que inicia con “Plainsong”, rola inicial del álbum que cumple 30 años de edad. Este detalle despeja las dudas sobre la escisión mental del personaje que, a pesar de su aparente fortaleza, deduzco que incesantemente reproduce una joya que habla de su estado mental, se llama Disintegration.
El cantante y compositor Smith dijo hace un año para The Guardian que “no podía entender cómo podríamos ser tan exitosos y ser honestos”, refiriéndose a entonces. Lo mencionaba con maquillaje (había agendado una sesión de fotos, no solo la entrevista), con la ropa negra holgada, sus joyas, delineador, el lápiz labial manchado, sangriento y esa influencia que ha tenido en personajes como Sandman de Neil Gaiman, un poco en El Cuervo (película para la cual compusieron la estupenda canción “Burn”) o parcialmente el Tim Burton rescatable, el de los 80 y 90.
Para el medio de comunicación británico Smith destaca cómo en 1989, en el apogeo de su fama, se mudó al tranquilo pueblo de la costa sur donde todavía vive con su esposa de siempre, Mary. Pero menciona que asistió a una reunión en el pueblo, aunque la fama (y seguro su “look”) detonaron que lo corrieran de la sesión, solo por ser un darkie famoso.
Quizá por ello el extraño humor del líder de la banda, como cuando durante la primera guerra del Golfo realizó una conferencia de prensa para explicar que el single debut de The Cure en 1979, “Killing an Arab”, era una referencia a L’Etranger de Albert Camus y no, como pensaban algunos DJs de radio estadounidenses, un himno islamofóbico (los mismos DJs que piensan que “Born in the U.S.A” de Springsteen es un himno Make America Great Again o eligen “Every Breath You Take” de The Police como canción de novios en boda). También recordaba la anécdota cuando entrevistó a David Bowie para Xfm y llegó tan borracho que procedió a hablar sobre su héroe, en vez de escucharlo, durante dos horas.
En fin, el caso es que después de 43 años de su primer concierto, su reconocimiento es casi unánime, porque se han mantenido fieles a sí mismos. Y el éxito les sigue siendo complejo.
En efecto, Disintegration refleja la agitación de la vida, los efectos cautivadores, la esperanza, y cómo una simple sonrisa, un detalle de un ser querido, puede reemplazar los momentos de tristeza y desesperación. Pero la otra persona no siempre está dispuesta a ser detallista, porque nadie nos salvará, excepto nosotros mismos.
Los picos del álbum, como “Fascination Street” son impresionantes, pero el conjunto tiene un ritmo pausado, que cuestiona el pop de 1989 y se asemeja a la paciencia para entender que todo cuenta aunque no sea grandilocuente, aunque sea pop, aunque sea Trump o quien sea. Son consecuencias de nuestra sensibilidad. Es lo que muestra la actual formación del grupo, Robert Smith, el bajista Simon Gallup, el baterista Jason Cooper, el tecladista Roger O'Donnell y el relativamente nuevo en el grupo (8 años o más), el guitarrista Reeves Gabrels, quien fuera colaborador de David Bowie. Las melodías esperanzan, pero son duras, catárticas o divertidas, aunque a Smith ni le gusten (como la genial “Let’s Go to Bed” en sus inicios). También van en retroceso o juegan con una energía exterior y hasta de reven. Pero eso qué, yo aún estoy lleno de sentimientos juveniles y de amor no correspondido. Siempre existirá el momento de espera, del nuevo grunge que cambie mi escenario. Estará vinculado a tal o cual canción, pero no necesito esperar para escuchar 71 minutos llenos de armonías lentas, oscuras y sensuales, con contemplación e introspección. Sin saberlo, a pesar de mis propios apegos o falta de paciencia, hoy, ayer, mañana, The Cure no necesitó explotar comercialmente ni esperar el fin de los tiempos. Siempre estuvo entre nosotros.
The Cure
Foro Sol. Av. Viaducto Río de la Piedad S/N, Granjas México,CDMX.
8 de octubre