El siglo XX estuvo lleno de ciencia ficción, de carreras al espacio exterior, series sobre la conquista de otros mundos, robots e inteligencias artificiales que nos destruyen. El sueño de Isaac Asimov, Arthur C. Clarke e incluso el futuro distópico de Philip K. Dick, llenó el imaginario de las generaciones del siglo pasado, pero a diferencia de sus creencias, este siglo tiene otras ambiciones.
Las generaciones pasadas se maravillaban con la tecnología, hasta dónde podríamos llegar como civilización. No es por nada que las historias del espacio exterior explotaron en los tiempos pasados, y aunque aún en el presente tenemos grandes cintas sobre la colonización del espacio, tienen una premisa distinta.
Tal como Ad Astra: hacia las estrellas (2019), de James Gray; Gravedad (2013), de Alfonso Cuarón; e incluso Interestelar (2013), de Christopher Nolan, todas estas cintas tienen algo en común, más allá de llevarse a cabo en el espacio exterior, y es que nuestro protagonista transita por un viaje de aceptación, resiliencia y autoconocimiento.
Este tipo de cintas de los autores de ciencia ficción de nuestros tiempos, no sólo tratan de la población del universo exterior y de los problemas que resultan, como encontrarnos con una civilización mucho más avanzada o inteligencias artificiales queriendo destruirnos.
Los problemas que se exploran en estas largas películas, suelen ser problemas existenciales, sobre identidad, el futuro de la humanidad como la conocemos, e incluso, un regreso al origen.
A pesar de que grandes películas como 2001: odisea del espacio o Blade Runner no sólo hablan de la tecnología necesaria para habitar otros planetas, sino de cuestionamientos más precisos y existencialistas, hasta cierto punto, la tecnología era una añoranza.
Ahora, en pleno 2022, tenemos en nuestra mano un aparato tecnológico que tiene más potencia que una computadora de los años cincuenta. Y aunque es una herramienta fundamental, se ha convertido en un objeto tan propio, que ya lo damos por sentado y no es un anhelo.
Al menos para la mayor parte de la población tener un iPhone no es un anhelo tecnológico, sino un anhelo de status.
Por ello, y aunque los hombre millonarios del mundo están apuntando a las estrellas, lo cierto es que aún estamos lejos de conquistar el universo, aún más lejos de que los viajes intergalácticos sean algo que cualquiera puede adquirir, y aún más lejos, de robots pensantes que nos dominen.
Aunque la búsqueda de las grandes empresas de redes sociales se encuentra en el metaverso, la realidad es que no lo hacemos con un afán tecnológico, sino en una búsqueda de identidad mutable y alejada de nuestras posibilidades físicas.
Sólo basta mirar las cintas que siguen hablando del espacio como la siguiente evolución de la humanidad, como Un sueño extraordinario (2019), de Shelagh McLeod, la cual cuenta la historia de Angus un anciano que participa en un concurso para viajar en el primer vuelo comercial, y así poder vivir el sueño de toda su vida. E incluso la más antigua Space Cowboys (2000), de Clint Eastwood.
Los protagonistas de las dos cintas son hombres de la tercera edad, que después de muchos años regresan al “ruedo” a cumplir sus sueños.
En contraposición, nos encontramos con El primer hombre en la luna, cinta que fue criticada por la generación de Donald Trump porque no mostraba el heroísmo y ese “paso que dio Estados Unidos” al conquistar la Luna, sino al contrario, se centraba en el taciturno Neil Armstrong, quien vive un duelo mientras se prepara para viajar al espacio.
Sólo basta ver un rato TikTok, la música que se crea ahora, las publicaciones en Instagram, así como el auge por las religiones new age e incluso la terapia psicológica, para entender que las nuevas generaciones se ven más atraídas por los viajes introspectivos.
Los nuevos descubrimientos y avances de la humanidad, están en la expresión y la identidad de género. En entender lo que hay adentro y cómo lo expresamos hacia afuera, la tecnología ya se ha vuelto tan común, que series tan famosas entre las nuevas generaciones como Euphoria, casi no tienen ningún tipo de repercusión real.
La tecnología ya es parte de las nuevas generaciones y el interés ya no está en el afuera, sino en la introspección.
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