Por fin llegó la película más esperada para este año, sobre todo para la comunidad que ha generado todo un culto a lo largo de la emblemática saga de Star Wars. La relevancia en esta ocasión, sobre todo, es que se trata de la última película de la franquicia que fundó George Lucas (en especial del linaje ficticio Skywalker) por lo que las expectativas estaban claramente elevadas hasta los cielos, al mismo tiempo que la nostalgia reunió a miles de fans en las salas de cine para presenciar la premiere de la historia que habita a miles de millones de años luz de nuestra realidad, pero que, como si se tratara de nuestro propio plano, la congregación georgelucaseana la habitara desde sus ideales más arraigados que dividen la fuerza oscura del mundo de los jedi.
Muchos rumores se expandieron al momento en el que los trailers comenzaron a seducir nuestras expectativas y buena parte se confirmaron o dieron un plot twist después de ver la cinta. Pero antes de aventarnos el clavado a Star Wars: The Rise of Skywalker, retomemos un poco la cinta anterior, The Last Jedi.
En 2017 Rian Johnson nos ofreció una cinta un poco “diferente” a lo que esta comunidad georgelucaseana estaba acostumbrada, ya que recurrió a una narrativa un tanto más discursiva y menos “épica”. Claramente, seguimos hablando de la saga que ha permanecido durante décadas y que, desde un inicio, fue pensada como un producto comercial. Sin embargo, Johnson logró hacer de este blockbuster uno en el que las interrogantes ontológicas que se dibujan entre la fuerza oscura y el bien estaban claramente tambaleando en una ambivalencia que nos dejaría perplejos. Sin dejar de un lado lo épico de esta historia, el director de The Last Jedi se arriesgó, lo suficiente para tratarse de la cinta que se trató, para convertir las coreografías de batalla en unas más introspectivas.
Vemos a Kylo Ren en una disyuntiva entre su libre albedrío y su voluntad de elegir el lado oscuro, mientras que Rey se autodescubre desde el anonimato de su origen. La tensión entre Rey y Ren, en la que la angustia era tomarse la mano para unir fuerzas o destruirse el uno al otro, sin duda, es algo que J.J. Abrams retomó, pero soltando todo el material discursivo que había logrado Johnson detrás de la psicología de los personajes. ¿Esto fue una mala idea o no? Más allá de calificar entre palomita o tache, lo que me deja pensando es que muchas decisiones deliberadas por parte de Abrams destruyeron por completo lo que suponía Johnson en cuanto a las motivaciones internas de los personajes, siendo esto el punto clave para una narrativa sustentable y reveladora.
Después de que la misma congregación de fans saliera de la sala de cines hace dos años, las críticas y “quejas” efervescentes no esperaron para salir de la boca de miles de seguidores que estuvieron inconformes con las decisiones que Johnson tomó. Aunque en realidad cada una de ellas correspondía a la buena pluma de un escritor que aprende a conocer a sus personajes, (esta “aseveración” es claramente un pensamiento personal) siendo un reto mayor cuando esta historia no es originalmente suya.
Sin señalar con el dedo y afirmar que se trató de un mero capricho de Abrams, lo cierto es que también se enfrentó a una carrera contra el tiempo en la que debía concluir una saga de años en muy poco espacio, dos horas y 22 minutos para ser exactos. Pero la crítica ya lo ha expresado de la mejor forma: “El mayor problema de Star Wars: Episodio IX — El ascenso de Skywalker es su necesidad de explicar y hacerlo, sin que quede la menor duda que en esta ocasión no quedarán preguntas sin responder”.
La cinta funciona por sí misma, pero definitivamente todos los homenajes a la nostalgia y los misterios resueltos en un par de líneas, no terminan de cuajar lo suficiente. Abrams nos ha ofrecido un panqué mal horneado, uno que todavía sabe a masa cruda. Haber soltado la línea argumentativa que consiguió Johnson quizá fue el tropiezo más grande para este cierre. Queriéndolo convertir en uno épico, en el que las coreografías de guerra son el motor de la película y en el que los personajes resuelven las dudas existencialistas, tanto de su origen como los plot twists que retoman para reafirmarse a sí mismos, no termina de hechizarnos.
Pero no por esto no vale la pena, por el culto en el que ya se ha convertido es necesario e imprescindible que la veas. Sin agüitarte la fiesta ni nada, porque más allá de la crítica y las inconformidades con las que hayamos salido de la sala de cine varios de nosotros, Star Wars: The Rise of Skywalker es una película que si bien, no fue de la manera grandilocuente que hubiéramos querido, no dejó ningún cabo suelto, resolvió por completo las dudas y los misterios que albergan en la saga, ¿para bien o para mal? Esto ya dependerá de ti. Además no puedo dejar pasar el enorme esfuerzo que representó para Disney hacer un cameo (rápido y en segundo plano) de un beso lésbico, al menos una sonrisa consiguieron. Sin duda, la nostalgia en esta cinta es la protagonista y las expresiones en la sala lo confirman, entretenida al nivel épico con los aires de grandeza que supone este universo y con la clásica banda sonora que nos va anunciando cada escena, increíbles los cambios de música, tan sutiles, tan inteligentes y con la mera genialidad de John Williams.
Al fin y al cabo todos sabíamos que era imposible finalizar de manera exquisita y desenlazar cada detalle en este magno universo, pero sin duda se trata de una experiencia digna de blockbuster para disfrutar con unas palomitas jumbo y una mente dispuesta a dejarse asombrar.