Soledad en la música, el drama de una generación

Vida y estilo Calendario 22 dic 2022 Paulina Martínez

El ejercicio de escribir como algo que se expulsa de adentro, y el ejercicio de componer y escuchar música como algo que te reconfigura y te llena de nuevo. Algo como respirar, vaciarte para volver a llenarte. La filosofía ha mirado a ambas artes con sus respectivas analogías, pero sobre la música, ¿cuál ha sido el drama de nuestra generación? 

O mejor dicho, ¿en dónde colocamos las expectativas de una generación que no puede atreverse a dibujar un futuro, o no uno estable como el de las generaciones pasadas? Es entonces en donde la música llega a ocupar el espacio para “hacernos sentir menos solos”, por decirlo en palabras prácticas. 

¿Qué pasa entonces cuando la salud mental y las artes dialogan dentro de un panorama alarmista? Más allá de estos cuestionamientos, que parecen tener la obvia respuesta en palabras como el alivio, el confort y demás; ¿qué lugar ocupa científica y filosóficamente la música dentro de nuestras vidas cotidianas? 

La música y el universo dentro de uno mismo

Pascal Quignard, filósofo y escritor francés, ha profundizado en el tema de la música de manera impecable, analizando la historia de la literatura y la música paralelamente. De manera afortunada, ha consolidado una obra en donde edifica el papel de la música dentro de los abismos del pensamiento humano en los que cae hacia un manto para reposar las angustias primogénitas y de cualquier índole existencial. 

 

“Allí dónde el pensamiento tiene miedo, la música piensa”, afirma Quignard. Hemos escuchado afirmaciones que hoy en día son parte del gremio cliché, en donde se expresa que sin la música uno no puede vivir. Sin embargo, por muy trillado que esto parezca, lo cierto es que la filosofía ha respaldado esta idea desde una perspectiva ontológica en la que el ser se coloca más allá del lenguaje, para resentir lo inefable.

Igualmente, George Steiner, crítico literario, ha basado gran parte de su obra en la música, reparando, precisamente, en la aseveración de que no hay lenguaje más preciso y perfecto que la música. Hablar de esto desde un punto de vista filosófico, literario y lingüístico, es ahondar en las profundidades de lo que este lenguaje nos ofrece. Casi como si se tratara de un accidente. Algo que la música no “decidió” por sí misma.

Es más bien, a partir de la voluntad de quien escucha y ese universo muchas veces inaccesible, en el que la música nos lleva como hechizo. No por nada en la analogía nace el mito de las sirenas y su canto hechizante. 

Más allá de todo esto, es verdad que la música, invariablemente, nos hace sentir de una manera distinta. Las experiencias en cuanto al consumo del arte son distintas según la propia expectativa y experiencia individual, pero también según sea este el arte. 

La música ha logrado congeniar ambos canales, compositor y escucha, dentro de un espectro en el que la voluntad del creador nos revela un mundo al que no sabíamos que podíamos acceder, o no de manera empírica. 

Ciencia y el lenguaje de lo inefable

Por otra parte, la ciencia también ha explorado la relación que existe entre este arte y nuestro estado de ánimo. Más allá de una cuestión filosófica, ¿por qué la música nos hace sentir mejor? 

Antes de determinar si nos hace sentir “mejor”, hablemos de cómo la música influye en nuestro estado de ánimo. Por ejemplo, también puede hacernos sentir de manera negativa. 

En este sentido, muchos estudios y diversas voces científicas de autoridad, sostienen que la música logra cambios favorables en el cerebro de las personas que la escuchan. Sin embargo, ¿cuál es la relación que habita en la música y el sentimiento de soledad?

Para esto es necesario precisar que es este arte el que nos facilita, de una u otra forma, el surgimiento de emociones y nos ayuda a conseguir cambiar nuestro estado de ánimo, ya sea aliviar un dolor o acompañarnos en un sentimiento de dolor o profunda tristeza. 

De acuerdo con la Universidad de Ecuador, un equipo de investigadores distribuyó un total de 200 encuestas, las cuales realizaban una evaluación en los participantes de sus hábitos de escuchar música durante el periodo de cuarentena y se les preguntó si se habían incrementado el consumo de música, así como también se les solicitó información respecto a cuestiones de cambios a nivel emocional que habían experimentado y las razones por las cuales escuchaban música.

Los resultados fueron los siguientes:

  • 75% dijo que escuchar música les ayudó a regular sus emociones poco placenteras como el miedo, la tristeza y la soledad.
  • 51% afirmó que usaba la música para mejorar su estado de ánimo.
  • 49% dijo que escuchar música contribuyó a incrementar su energía.
  • 48% de los participantes aseguró que se había incrementado su consumo de música durante el periodo de cuarentena.
  • 48% declaró que utilizaban la música como ruido de fondo mientras realizaban otras actividades.
  • 46% afirmó que la música los ayudó a relajarse.

La conclusión de este estudio concretó que el acto de escuchar música se correlaciona con el incremento en el sentimiento de pertenencia, o identidad. Se trata de un destino compartido, hermandad y una conexión con los demás.

“Los aumentos en el uso de la música se asocian más fuertemente con las emociones relacionadas con la conexión con los demás. Esto parece sugerir que, al menos en circunstancias tan extraordinarias como el encierro, la música puede desempeñar un papel social importante en la creación de un sentido de pertenencia al grupo y posiblemente ayudar a sobrellevar la situación”, expresó la coautora de la investigación, Naomi Ziv.

No cabe duda que desde la filosofía hasta la ciencia, la música trasciende en niveles escabrosamente profundos. No sólo se trata de la identidad o pertenencia hacia un entorno social, sino de uno en el que el lenguaje de nuestros abismos se comunican entre sí para regresarnos a un lugar de origen que, quizá, solo en la meditación se ha expresado abiertamente.

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