La pandemia nos ha hecho mucho más precavidos, al menos a la mayoría, cuidamos con quién nos relacionamos, cuidamos qué comemos y de dónde proviene, cuidamos no estar en contacto con personas sin cubrebocas, cuidamos nuestra salud antes que otras cosas…
Vaya, antes caminar por la calle era algo cotidiano, incluso aburrido, ahora parece que estamos en un videojuego en el que debemos evadir, cruzar, bajarnos de la banqueta, mantener una distancia si nos encontramos con alguien. Tenemos que pensar mucho más aquello que siempre vimos como algo normal.
Y eso tuvo mucho que ver con nuestras relaciones sociales, al día al menos veías a las personas en el trabajo, en la escuela, en el transporte público, en los restaurantes y, de un momento a otro, sólo veíamos a las personas con las que vivimos. Y si lo hacemos solos, únicamente podíamos interrelacionarnos con personas a través de redes sociales.
Nada distinto, según personas mayores que sólo veían al mundo “con un celular”, pero luego los meses pasaron, y llegó la fatiga social, así como la fatiga zoom. En este momento, a pesar de que hay más posibilidades frente a este virus, pocas personas quieren hacer reuniones por zoom o ver conferencias.
Estamos agotados de todo lo que significa estar conectados por medio de internet. Y aunque una pandemia sin estas posibilidades tecnológicas hubiera sido desastrosa, fue sólo un paliativo social para una necesidad más grande.
Según diversos estudios, las personas en los meses de confinamiento más estricto, lograron estrechar lazos con amistades más antiguas y que había más sobre qué hablar, mientras que las superficiales, simplemente desaparecieron.
Aquellas amistades esporádicas, poco a poco se dejaron de lado y si, por ejemplo, alguien era originario de otro país distinto al que residía, era más factible que regresara a las amistades en su lugar de origen que las que había hecho en el nuevo país, a pesar del tiempo transcurrido.
Es decir, sólo las relaciones amistosas bien cimentadas o con interés mutuo, no tuvieron problema al trasladarse al internet. En cambio el resto simplemente se deslavaron.
Otro de los grandes cambios, es que las conversaciones cotidianas y esporádicas desaparecieron. Tomando un café en la oficina, con la persona junto a ti en el transporte público, en tu barrio con la dependienta de la tienda, etcétera. El contacto humano periférico se rompió en los meses de más aislamiento social.
Y aunque parezca ínfimo, es una pérdida importante, según los expertos, existe el riesgo de que los vínculos sociales se deterioren sin estas pequeñas interacciones, ya que ayudan a las personas a conectarse.
Las personas que experimentan soledad durante períodos prolongados comienzan a experimentar impactos negativos persistentes en la forma en que piensan y actúan en situaciones sociales, son más hipervigilantes en cuanto al rechazo, más ansiosos socialmente. Y esto puede dificultar estas interacciones simples y que sea menos probable que salga bien.
Así, entre la pérdida entre las microinteracciones y el estrechamiento de las relaciones sociales, es posible que todos nos sintamos mucho más solos que antes de la pandemia. Pero el resultado está determinado por factores, como la resiliencia en un individuo, así como la solidez de sus redes sociales y el esfuerzo por mantener sus amistades a pesar de todo.
Y ya estamos más cerca de la luz al final del túnel, así que es un buen momento para mirar a las personas a tu alrededor, y saber que aunque menos, son personas que continúan a tu lado y que podrás llegar al final del túnel.
Encuentra una ventana a la autosanación sólo en Sanborns, da click AQUÍ.
FOTO: Adobe Stock