Imagina atestiguar cómo una ciudad completa se ilumina casi como por arte de magia, con unas pequeñas cosas de vidrio con un filamento que se iluminan por medio de algo llamado cables; mientras tu vecino (o tú mismo) decidió apostar por lo industrial y de la noche a la mañana, su fortuna creció como los rascacielos de tu ciudad. Ahora no necesitas mandar una carta para contarlo, sino descolgar un aparato que te conecta de manera instantánea con la persona que deseas hablar.
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Todos estos cambios ocurrieron en escasos 30 años, de 1870 a 1890: la Edad Dorada de Nueva York. Un periodo tal de prosperidad, cambio cultural e industrialización que simplemente no tuvo precedentes, y aún en nuestros días, Estados Unidos pocas veces ha vivido un boom económico como el de esos tiempos.
En aquella época, la Sra. Astor y sus 400 gobernaban la sociedad educada hasta que los Vanderbilt, los nuevos ricos, se impusieron. La bombilla de Thomas Edison, patentada en 1882, iluminó primero el edificio del New York Times y luego toda la ciudad.
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El teléfono de Alexander Graham Bell de 1876 hizo que la comunicación fuera instantánea y creó una demanda de operadoras para atender las líneas, lo que condujo a una de las primeras oleadas masivas de mujeres en el lugar de trabajo.
Los sueldos se dispararon por encima de los de Europa (no para toda la población, claramente). Los arquitectos McKim, Mead y White construyeron edificios Beaux Arts a lo largo de la Quinta Avenida, embelleciendo la ciudad.
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Tan sólo en 1893 se fundaría Vogue, la responsable de la Met Gala que vivimos el 2 de mayo de 2022. Este año la Época Dorada de Nueva York era el dress code de la noche, una mirada a la clase alta y su moda de esos tiempos, es decir, el exceso.
Gracias a las recientes innovaciones de los telares eléctricos y de vapor, el tejido se hizo más rápido y barato de producir. Como resultado, los vestidos de las mujeres eran una combinación de muchos tejidos, como el raso, la seda, el terciopelo y los flecos, todo ello adornado con texturas exageradas como encajes, lazos, volantes y volados.
El lema implícito era más es mejor.
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Corsets, joyas por doquier, colores profundos, sombreros adornados con plumas, polizones para alargar la retaguardia, mangas de cordero, faldas acampanadas, peinados pompadour, la ropa deportiva era una parte integral del vestuario (incluso para las mujeres), sombreros de copa, tul que dejaba al descubierto el escote, guantes hasta los codos, disfraces de bombillas, plumas de pavo real… Todos estos aditamentos eran normales para las personas de esos tiempos.
Lo que obtuvimos este año fue la proliferación de ropa negra, pajaritas blancas, colores modernos en tendencia, vestidos simples y gorras de beisbolista.
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Más allá de un bien o mal en cuanto a la interpretación de una época tan exuberante en la historia estadounidense (y la confusión con la moda francesa de la época prerrevolucionaria), la pregunta es, ¿por qué los diseñadores decidieron reinterpretar así una época tan luminosa y extravagante de Estados Unidos?
Dejando de lado las críticas a Kim Kardashian por hacer a la perfección su trabajo (aunque poco tenía que ver con el dress code), parece un reflejo de la sociedad actual que la prosperidad sea interpretada de esta manera.
Es posible que pocos se hayan sentido aludidos por estos tiempos, y tomando en cuenta que lo más notable de la noche hayan sido alusiones a la arquitectura icónica de Nueva York, habla más del humor colectivo de lo que pensamos.
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Sin duda, y a pesar del crecimiento de Estados Unidos donde las faldas cada día son más pequeñas, la industria del espectáculo ha sufrido embates multimillonarios por la pandemia, y las noticias cada vez más cercanas sobre una posible guerra mundial, no nos ha sentado bien.
Aunque la ropa no fue precisamente “ready-to-wear”, pocos atuendos encontraron un camino próspero a la reinterpretación de la opulencia.
Al final, tuvimos pocas excepciones como Billie Eilish, Bad Bunny (gracias a su peinado pompadour), Blake Lively (quien lo logró al reinterpretar la pátina del cobre en la arquitectura neoyorquina), e incluso Kim Kardashian (¿qué es más opulento que llevar un vestido valuado en más de 4 millones de dólares?), realmente poco o nada experimentamos esos años exuberantes en cada rincón.
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Poco podremos comparar con la Met Gala de 2019 con temática Camp, o la inolvidable de 2018, Heavenly Bodies.
Tal vez esta pandemia nos sumergió en una apatía que nisiquiera el amarillo neón de Gwen Stephani nos puede despertar. Sin duda, hemos perdido mucho y aún no nos hemos percatado de todos los daños colaterales que estos tiempos nos están dejando.
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