Voltear a ver el cielo es un acto de supervivencia, han pasado años, en la corta historia de nuestra humanidad, y no hay un solo ser humano que no voltee a ver el cielo. Tal vez busquemos tranquilidad, pero sobre todo buscamos respuestas. Los primeros pasos que dimos como seres pensantes eran seguidos de los cuestionamientos más primitivos que seguimos conservando hasta la fecha, quiénes somos, qué hacemos aquí, y una pregunta que apenas hemos podido responder, en dónde estamos.
Pero, ¿qué podrían decirnos esos puntos brillantes que aparecían con el desaparecer del sol todas las noches? Mucho, en realidad el acto de observar el cielo nos ha llevado a entender cada vez más y más quiénes somos y en dónde estamos. Quizá la cuestión que aún no se ha logrado desenmascarar es el para qué, pero sin duda, hemos logrado entender mucho de nosotros mismos con sólo mirar el cielo.
Ya lo dijo en su momento Carl Sagan, uno de los divulgadores científicos más importante del siglo, “el estudio del universo es un viaje al autodescubrimiento”. Al contrario de lo que muchas filosofías espirituales podrían decir, sobre voltear la mirada y vernos desde adentro hacia afuera, también funciona mirar al revés. El punto está en la observación consciente y buscar entender lo que vemos.
Imagina a la primera persona que volteó a ver el cielo por primera vez en la historia, la primera mirada consciente y capaz de traducir y entender lo que estaba viendo. Aunque no existían las herramientas necesarias para llevar a cabo este entendimiento de manera precisa, es un hecho que la inteligencia y la intriga habitaban esa mirada. En un inicio, estas observaciones y desconocimientos llevaron a la creación de diversas mitologías.
La necesidad por no sentirnos solos a la deriva de la nada nos llevó a crear grandes seres que nos protegían, ahora podría parecer un poco absurdo, pero, ¿qué sucede si en realidad esto es verdad? Quizá no son seres humanoides con superpoderes, sino simplemente fuerzas externas como la gravedad, la energía electromagnética y demás fuerzas físicas con las que a lo largo de la vida hemos logrado entender el mundo en el que respiramos.
De esta manera no suena tonto ni ridículo creer en estos “seres”, al final somos simples polillas flotando en la inmensidad de los diversos cuerpos celestes y las grandes fuerzas físicas que dominan la lógica de nuestro universo, al menos como lo hemos entendido hasta ahora.
“La filosofía está escrita en este grandísimo libro que continuamente está abierto a nosotros: el universo; pero no se puede entender si no se aprende la lengua y los caracteres con los que está escrito”, dijo alguna vez Galileo Galilei (1564 – 1642) el famosos filósofo y astrónomo italiano.
Todas estas intrigas se amontonaron en las ansias por descubrir de qué se trataba todo eso que estaba arriba de nuestras cabezas. Además piénsalo, antes no existían grandes ciudades que contaminaran con su luz toda la belleza celeste que por las noches se revela ante nuestros ojos. Entonces, en cualquier parte que estuvieras, podrías apreciar una gran noche estrellada en la que la sed por conocer nos haría inventar artefactos que nos permitieran ver más allá de lo que podíamos hacer con nuestros ojos.
Así surge la necesidad de magnificar nuestra visión, y Hans Lippershey (1570-1619), fabricante de lentes e inventor, apuntó al cielo con su anteojo y de ahí nació la idea de que esto podría ser un instrumento realmente útil para observar el mundo que se escondía detrás de las nubes. El invento tuvo sus mejoras con el tiempo, lo que claro que también influyó en los avances tecnológicos para la óptica.
El primer artefacto registrado como telescopio data del año 1608, el cual pertenecía a Lippershey. Después se fueron descubriendo otros, como los de Zacharias Janssen, también fabricante de lentes; o de Jacob Metius de Alkmaar. Poco después, Galileo se basó en estos resultados para crear su propio telescopio, y fue el primer ser humano en observar, con más detalle, algunas de las lunas de Júpiter.
Estos instrumentos y su evolución nos ha llevado a los lugares más inhóspitos del universo, tanto que, apenas hace unos meses tuvimos el privilegios de poder ver la primera imagen registrada por un supertelescopio (equivalente al tamaño de la Tierra) de un agujero negro. Sí, de un agujero negro, imagina hasta dónde nos ha llevado y hasta dónde nos llevará la curiosidad.
La tecnología surge de la observación y comprensión del funcionamiento de nuestro entorno natural, por eso imitar los modelos de la naturaleza nos ha llevado a crear grandes ciudades y a desarrollarnos como civilización en general. Así que entre más observamos, más evoluciona nuestro entendimiento y como resultado la tecnología avanza y los descubrimientos se comienzan a magnificar.
El futuro lo veremos con el telescopio James Webb
Queremos conocer los orígenes de nuestro universo, entender de dónde surgió todo y ver más allá de nuestros límites. Es por eso que no dejamos de innovar la tecnología, hemos alcanzado grandes hallazgos, pero la curiosidad es inagotable. Por eso la tecnología en cuanto a los telescopios ha evolucionado a gran escala.
Actualmente, ingenieros y científicos se encuentran trabajando en el telescopio James Webb en el Centro de Vuelo Espacial de la NASA en Maryland, que planea lanzarse al espacio para su observación el 30 de marzo de 2021.
Son 17 países a cargo de su construcción, y no solo es la NASA la que está elaborando los ojos del futuro de la humanidad. La Agencia Espacial Europea y la Agencia Espacial Canadiense se encuentran colaborando conjuntamente. Se planea que este sea el sucesor de nuestro querido Hubble (puesto en órbita en 1990) y el responsable de grandes hallazgos astronómicos.
El objetivo del Telescopio James Webb (JWST por sus siglas en inglés), es encontrar el origen de las primeras galaxias en formarse. Algo que no hemos podido conseguir con la tecnología actual. También tiene la misión de estudiar el origen de estrellas, planetas, exoplanetas (planetas fuera de nuestro sistema solar) y novas.
La reconocida escritora estadounidense de ciencia ficción, Charlie Jane Anders, escribió para el portal de National Geographic una especie de carta al telescopio, en la que deposita las esperanzas de la humanidad y el anhelo por siempre descubrir.
“Cuando detectes el «temblor» de las estrellas por los planetas que las orbitan, podrás medir las masas planetarias. Y mediante la vigilancia minuciosa, podrás observar cómo la atmósfera de un planeta absorbe la luz de su estrella, lo que te permitirá deducir su composición química. De este modo, tu cámara infrarroja detectará la presencia de moléculas específicas como el agua. ¿Serás el primer instrumento que observe señales de vida extraterrestre, quizá en la forma de un planeta rodeado de dióxido de carbono y metano?”.
Quizá no podamos tener un telescopio al nivel de los que habitan en los grandes laboratorios o centros de observación, pero en definitiva existen diversas tecnologías que nos permiten poder observar el universo desde la ventana de nuestras habitaciones.
No por nada, durante siglos la ciencia ficción ha sido un género que ha logrado cautivar y alimentar la imaginación del ser humano. Ahora, con la facilidad de obtener el conocimiento más reciente sobre el universo, y la tecnología que no deja de asombrarnos, en nuestros cerebros estallan endorfinas que nos hacen querer saber más y más.
Imágenes de la NASA