Libros imposibles de adaptar

Vida y estilo Calendario 11 mayo 2021 Nora Morales

Tal vez parezca más difícil explicar lo que nos hace sentir una secuencia en el cine, que expresar un texto en imágenes, al final, seguro que leer una escena de The Avengers da muchísima más pereza que verlo en una pantalla gigante a todo color.

Lo cierto es que hablamos de dos artes paralelas, que a momentos se unen y parece que se complementan, y vaya que hay cintas que superan al libro y libros que no son superados por las cintas.

Pero algo de lo que poco se habla es de los libros imposibles de adaptar; y vaya que los amantes de la literatura están temblando de miedo con la adaptación de Netflix de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, a una serie de 20 horas y dos temporadas.

Quien haya leído el libro culmen del Nobel colombiano, aunque sean unas páginas, entiende la complejidad de contar la historia de la familia Buendía, un siglo de duración nada más y nada menos. Pero lo complejo no proviene de la extensión, sino de la narrativa tan única de García Márquez:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

En escasas seis líneas, el escritor nos plantea el inicio de la novela y nos introduce sin dilación sobre el mundo fantástico que viven los Buendía, donde no conocen el hielo, había huevos prehistóricos y pocas cosas tenía nombre, al punto que debías de señalarlas. Y esto sólo con el inicio, en una sola página García Márquez podía narrar tres o cuatro historias.

Un reto enorme, que tal parece llegará a Netflix en algún momento, con la adaptación guionizada del puertorriqueño José Rivera y la producción de los hijos del escritor. No es la primera vez que se intenta y se fracasa rotundamente al llevar al cine algún libro del colombiano, pero esperemos que la extensión de una serie les brinde el espacio suficiente para ahondar en los cien años de legado de los Buendía.

Mientras tanto, hablemos de otros libros imposibles de adaptar (al menos hasta que alguien lo intente).

 

Ulises, de James Joyce

Con el clásico del modernismo europeo, Ulises, el simple hecho de leerlo amerita mucha paciencia y agallas, ya ni hablar de adaptarlo al cine. Simplemente hablemos que el autor irlandés inventó el flujo de conciencia, es decir, la técnica narrativa que describe los acontecimientos en la corriente de pensamientos en las mentes de los personajes. No siempre nuestros hilos mentales tienen lógica, son sensaciones, recuerdos, olores o imágenes lo que nos remite de mirar una mancha en la ventana a recordar lo que un niño nos dijo en la calle, por decir algo. La pregunta es, ¿cómo traduces un “pensamiento” al cine?

A pesar de que todo ocurre en un día pero la complejidad del pensamiento y monólogo interior, hace que sea imposible comunicarlo a una audiencia sentada en un cine.

 

Infinite Jest, de David Foster Wallace

Con más de mil páginas de extensión, 300 notas al pie de página e incluso notas sobre las notas, parece que Wallace escribió Infinite Jest para ser la viva representación de su título en español, Broma infinita. Usualmente descrita con muchas palabras, que todas quedan a la perfección: expansiva, íntima, articulada, asombrosa, confusa, posmoderna. Todas ellas alejan sin remedio a los guionistas más aguzados.

Vamos, que este libro de Wallace no fue siquiera escrito para leer de pasta a pasta sin pedir entereza al lector, sino que es una obvia inyección estilística por parte del autor, la cual fue concebida para deconstruir una comprensión tradicional de la narrativa. 

La novela sigue a los residentes drogadictos tanto de una prestigiosa academia de tenis como de un centro de rehabilitación. Imposible de adaptar.

 

Farabeuf o la crónica de un instante, de Salvador Elizondo

¿Cómo llevar a la pantalla grande un libro que no tiene narrativa? Vale, ya se ha hecho, pero, ¿cómo se adapta al lenguaje cinematográfico un instante? No por nada, el libro cumbre del mexicano Savador Elizondo se adentra a la corriente de las antinovelas.

Este término nació del teórico Alain Robbe-Grillet, quien decía que si la sociedad ha evolucionado, las novelas deberían de hacerlo de igual manera, “la nueva novela no debe contar una historia, es decir, suprimir la anécdota, soporte de la narrativa tradicional. Tampoco debe contener personajes, pues los seres que la constituyen no deben ser tratados como protagonistas.”

Robbe-Grillet continúa, “en la antinovela los objetos y los gestos se imponen ante todo por su presencia, es decir, están ahí antes de ser algo.”

A pesar de ser un libro pequeño, Farabeuf implica mucha paciencia y ganas de sumergirte en aquel experimento que salió bien. Por lo que en términos generales, es más que imposible llevar a la pantalla, sobre todo respetando lo que el autor quiso en primer lugar.

 

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