21 jun 2021
El mundo siempre está cambiando, sin cambio no existiría la vida, porque entonces no habría movimiento y el movimiento es el cambio perpetuo que abre las puertas a posibilidades infinitas. Para bien o para mal, nuestro contexto cambió de manera radical, y todo se lo debemos a la llegada del coronavirus, pues desde entonces la cotidianidad se estrelló con una fisura en el tiempo y aletargó procesos que antes parecían nimios, y aceleró la inevitable incertidumbre del día a día.
Desde entonces, científicos se encerraron en sus laboratorios para ver cómo erradicar el problema de raíz, los gobiernos planearon estrategias, y el resto del mundo se detuvo para esperar a que todo esto pasara. Sin embargo, a estas alturas del ruedo sabemos que no es algo que ya haya pasado o que estemos prontos a terminar, con pequeños pasos estamos llegando a su fin, pero todavía no llegamos a él.
Mientras la ciencia se esmera por la erradicación de la pandemia y los gobiernos caminan inciertos hacia el bienestar colectivo, la industria de la música también ha tenido su largo momento de introspección, para replantearse los nuevos formatos y dinámicas para recuperarse de la ausencia de conciertos y demás formas de ganancias.
Por un momento los conciertos de streaming funcionaron como un parche ante el problema, desde los eventos gratuitos en pro de la solidaridad comunitaria, hasta comenzar a cobrar tickets para disfrutar de un concierto en vivo desde casa. Sin embargo, el spoiler ya todos lo sabíamos, esto no iba a funcionar para siempre.
Sin ponerle tanto matiz romántico al hecho de disfrutar de la música en vivo, lo cual es verdaderamente inédito e irremplazable, los conciertos en vivo son el corazón, el órgano vital, de la industria musical. ¿Cómo podríamos disfrutar de la música sin la experiencia de envolvernos en un ambiente sonoro al unísono que miles de personas a nuestro alrededor?
Incluso en la película de Perfect Sense, de David Mackenzie, en la que la trama transcurre alrededor de una pandemia en la que las personas comienzan a perder los sentidos incluido el oído. No obstante, la gente se resiste, y sigue asistiendo a conciertos de música. Claramente, estos cambiaron su modalidad, y experimentaron de otra forma las vibraciones sonoras, llenando de bocinas un espacio para que la gente se acerque a ellas y las sienta. Es decir, la música va más allá de lo que oímos literalmente, se trata de una vibración que altera nuestros sentidos y paradigmas.
Bajo esta lógica, es natural que no demos por sentado que los conciertos en vivo con multitudes desafiando la individualidad para constituirse en algo más grande, desaparecerán por siempre. Es algo que más allá de no concebir en idea, no podemos concebir en acciones ni en la realidad. Para que el mundo siga, los conciertos tienen que seguir.
The show must go on nunca tuvo más sentido como lo ha tenido hasta ahora y el instinto de supervivencia de la industria musical. Sin embargo, han agotado el recurso de la virtualidad, y han comenzado a replantearse en el mundo tridimensional físico en el que vivimos.
El grupo de rock alternativo en español, Love Of Lesbian ha dado el ejemplo y una nueva idea del futuro para los conciertos multitudinarios en plena pandemia, sin riesgos agravantes de contagio.
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En el mes de marzo la agrupación española tomó la decisión de regresar a los escenarios y recuperar el legado de la música en vivo, todo empezó en el Palau Sant Jordi, en Barcelona, con más de 5 mil personas que saltaron, vibraron y gritaron al unísono en un mismo lugar.
Ahora sí: ¡Play a la música en vivo!
¿Cómo hicieron esto posible sin aglomeraciones en las que se potencializan los contagios? Para empezar, los accesos se dividieron en distintas puertas con filas y sus respectivos distanciamientos sociales, en cada entrada regalaron una mascarilla FFP2, en cuanto a la salida, también se dividieron en distintas para evitar multitudes.
Por otra parte, cada acceso contó con su propia barra y lavamanos. Mientras en una carpa se realizaron más de cinco mil pruebas covid, de las cuales únicamente cuatro personas dieron positivo, a quienes se les confinó junto con dos más que estuvieron cercanos a ellos. El acceso al concierto fue exquisito y exclusivo para quienes dieron negativo en la prueba, y para esto los asistentes tuvieron que descargar una app en la que se sumó el resultado.
Como podrás imaginar, colocaron abundante gel antibacterial en todos los sitios de formación, y ahora sí, una vez negativo tu resultado a disfrutar de un concierto normal en el que, por no arriesgar de más, el uso de mascarilla fue obligatorio durante todo momento.
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Se trata de una apuesta bastante costosa y laboriosa, pero sin duda una que nos da el alivio de pensar que algún día todo regresará a la normalidad más pronto que tarde. La compañía y equipo científico que estuvieron detrás de toda la logística de higiene y salud en el concierto fueron del Hospital Germans Trias i Pujol, quienes ya habían hecho lo mismo a una escala menor, en la sala Apolo, también Barcelona, pero con un aforo de 500 asistentes. Misma que resultó exitosa, pues ningún contagio salió de ahí, al igual que del concierto de Love Of Lesbian.
Al grupo español le costó alrededor de unos 200 mil euros, de los cuales se recaudaron 90 mil por la venta de entradas, mientras el resto se cubrió con aportaciones públicas y patrocinios.
Ahora el plan de vacunación va avanzando con pasos agigantados y prometedores, pero la guardia no se ha bajado y tanto gobiernos como sector salud insisten en que las medidas de salubridad se mantengan estrictas en todos los sentidos. Sin embargo, esto nos abre la puerta a la esperanza de volver a conectar con la música en vivo de manera segura y más pronto de lo que esperamos.
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