Entre la delgada línea de lo absurdo y de lo verazmente aterrador, el género de terror camina a hurtadillas para no caer al abismo de lo ridículo, sobre todo en el mundo cinematográfico. Es difícil generar una historia que realmente asuste, o que genere una especie de ansiedad que te involucre con lo que ves. Sin embargo, y muy desafortunadamente, el género suele caer en ese abismo en el que, como espectador, sueltas la carcajada en el mero clímax de un exorcismo, pero, ¿por qué es esto?
Para empezar, es lógico que cuando esto nos sucede estamos hablando de una pésima dirección, un mal guion, una terrible historia y sobre todo de muy malas actuaciones, y si no son las cuatro juntas, al menos una de ellas lo es. A veces el género de terror nos provoca, la verdad, más miedo por estas pésimas producciones, que por la misma historia. Pero antes de correr a señalar y desprestigiar tan sublime género, hagamos una parada e indaguemos qué es lo que ha sucedido con el género en los últimos años.
Lo cierto es que el terror es realmente majestuoso. En esencia es uno de los géneros más abrazados y cuidados a lo largo de la historia. Recordemos a Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), escritor estadounidense, experto en crear las atmósferas más aterradoras y agobiantes en el universo literario. Sus historias están acechadas por peligros y amenazas inefables, y utiliza ese elemento a favor de la narrativa para detonar el horror en nuestras cabezas.
Últimamente las carteleras de los cines comerciales se llenan con títulos amenazantes o intimidantes, los cuales prometen historias de terror y sustos confiables. Aunque a veces así es, muchas otras veces no lo es, pero la gente sigue consumiéndolas, ¿por qué? Las malas producciones no significan que ahora prefiramos historias con un toque más light o superficial, es más una reacción al contexto y el mercado del cine comercial en el género.
Antes que nada, instintivamente respondemos a pulsiones que nos satisfacen de algún u otro modo, de forma natural. El miedo, o el querer que nos asusten es una de ellas. El cine es otro método de consumo, entonces te preguntarás, ¿por qué pagamos por asustarnos? Bueno esto es muy sencillo, la búsqueda por asustarnos se llama “comportamiento contrafóbico”, según los expertos. “Tras el terror se esconde la emoción”, y esto es lo que buscamos en estas películas, la adrenalina de encontrarnos con historias en las que no podemos correr riesgo reales. Sin embargo, podemos sentir como si los viviéramos.
La mitología cristiana (y sobre todo eclesiástica) desde sus inicios, ha sido motivo para generar terror. Los exorcismos, los demonios y demás criaturas y eventos paranormales han sido razón para sacarnos uno que otro susto a lo largo de la historia. La llegada del diablo, dirigida y escrita por Jason DeVan, retomó este antiquísimo tema en la era moderna para la creación de esta cinta. En el estreno retrata la vida de una adolescente llamada Ashley, quien tuvo una infancia terrible tras la inesperada desaparición de su madre, y a quien comenzó a acosarla la fuerza de una malévola criatura hasta poseerla. El plot twist (giro de tuerca) de la historia recae al final de ella, por lo que no les daré ningún spoiler.
Sobre el hilo de la ideología cristiana, la historia camina entre un universo en el que una criatura del más allá se introduce en nuestro mundo para “tentar” a una adolescente a cometer actos atroces, o “pecados”. Al contrario de parecer la típica historia, La llegada del diablo refleja el temor por el autodescubrimiento. La incertidumbre de no reconocer tu origen, y la sospecha de que una historia oscura se esconde detrás de él, te obstruye a distinguir entre lo que es real y no.
Elegir a una adolescente como protagonista es un acierto para contar esta historia, ya que es en esa etapa en la que nos encontramos dudosos sobre nuestro alrededor y nosotros mismos. Por eso no nos extraña que esta maléfica fuerza absorbiera la ingenuidad e inocencia de la protagonista, puesto que se encuentra vulnerable en todos los sentidos.
Sin embargo, la propuesta de DeVan sigue quedando corta para el género y para el mundo del cine en general. La crítica ya señaló lo siguiente: “Puede que el presupuesto sea bajo, pero el nivel de terror e imaginación es incluso más bajo".
“Ciertamente, el guion simple y las situaciones cliché sugieren una capitana tambaleante de este barco con fugas, al igual que las actuaciones desiguales”, añade la crítica. Pero no seamos tan crueles con estas producciones, a pesar de todo, miles de personas siguen gozando de este cine de poco presupuesto monetario y creativo.
De acuerdo con The Relative Popularity of Genres Around the World, México es el país que más consume este tipo de cine a nivel mundial, seguido por Corea del Sur, Rusia, Estados Unidos y Canadá. Esto responde, según el estudio, a nuestro ámbito sociocultural, el cual es altamente peligroso. Hoy más que nada, estamos viviendo momentos de tensión en los que la inseguridad y la violencia están protagonizando las calles y la vida privada. En medio del caos y el peligro real, pedimos paz, pero tampoco podemos dejar de consumir violencia.
Más allá de esto, también reconozcamos que el séptimo arte se ha vuelto fuerte difusor de cultura en un país como el nuestro. Sin más, no podemos juzgar a nadie por el tipo de cine que consume, recordemos que aunque sea la misma historia contada mil veces, preferimos eso a algo enteramente pesado.
Vivimos en un contexto en el que el cine también es un escape hacia el vacío de los pensamientos más densos, para huir, aunque sea un rato, del verdadero contexto que nos agobia día con día. La llegada del Diablo nos propone una hora y media en la que podrás desconectarte las antenas por un rato, y entretenerte, quizá lo mejor sea el final. Pues nos deja la puerta abierta a una segunda parte, en la que parece que la historia se pondrá aún más interesante y ahí sí, parece prometer un relato de exorcismos y demonios completamente diferente a lo que hemos visto.