En 1965, Gabriel García Márquez había abandonado su trabajo como editor y redactor de frases para publicidad (él fue el creador de “Yo sin Kleenex no puedo vivir”) para dedicarse a construir la que luego sería llamada la biblia latinoamericana, Cien años de soledad; lo que lo dejó a él y a su esposa en una situación paupérrima.
La leyenda cuenta que en los 18 meses que tardó en escribir esta obra, un grupo de amigos de la pareja los había invitado a pasar un fin de semana en Acapulco, una oferta que no podían rechazar, ya que sus finanzas no les daban ni para pagar el alquiler de la casa donde vivían.
Así pues, Gabriel y Mercedes aceptaron, a pesar de que el escritor aún no encontraba la forma de iniciar su gran novela, pero su esposa logró convencerlo con que el aire del mar trae las mejores ideas.
Ya en el trayecto en hacia guerrero, García Márquez veía por la ventana y casi como si alguien le hubiera regalado el don, lo tuvo claro. Cien años de soledad comenzaría así:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Después de la revelación, hizo que su esposa bajara del coche y tomaron rumbo de regreso a la Ciudad de México.
Junto a esta leyenda que deja entrever la complicidad de la pareja, también está la que cuenta que cada mañana, antes de que Gabo se levantara, Mercedes dejaba en su estudio un bonche de hojas, un café negro y una rosa recién cortada.
También ella fue quien convenció al señor Luis Coudurier, dueño de la casa en San Ángel donde vivía la pareja, de que, por el momento, no contaban con los recursos: el escritor estaba dedicado a su obra literaria, pero una vez que la concluyera, cumplirían con el compromiso.
“¿De qué tiempo estamos hablando?”, preguntó el propietario. “De nueve meses”, respondió Mercedes, y manifestó la disposición del escritor de firmar cualquier documento para garantizar el compromiso. “Con su palabra me basta”, contestó entonces el señor Coudurier.
Así fue como a principios de junio de 1967, una editorial de Buenos Aires imprimía la primera edición de Cien años de soledad. Tan solo tuvieron que pasar 15 años para que Gabo estuviera recogiendo el Premio Nobel.
Esos espacios, donde han ocurrido situaciones casi milagrosas, tienen un aura particular que puede ser percibida. Por lo que saber que la casa encallada en Cerrada de la Loma 19, en San Ángel, será convertida en un espacio para el estudio y la aproximación a la literatura, es sin duda una increíble noticia.
Gracias a Laura Coudurier, hija de Luis Coudurier, fue que este inmueble fue donado a la Fundación para las Letras Mexicanas, quienes buscan hacer de la casa un espacio de impulso a la creación, así como un lugar de encuentro para la reflexión y el diálogo actualizado sobre temas relevantes de la literatura universal.
Así pues, a partir de la segunda quincena de abril podrás visitar el barrio de San Ángel y formar parte de este espacio, en el que de por sí, se creará un diálogo interesante entre lo que sucedió, lo que sucede y lo que sucederá.