Ir al Centro Histórico de la Ciudad de México es un must en la visita de cualquier turista y de los millones que viven en la capital o en las áreas conurbadas. Ya que es una estampa casi intacta del inicio de México en cada callejuela, fachada y museo que absorbe el centro neurálgico de la ciudad.
Cada calle, edificio y palazuelo cuenta una historia, que va desde el mito hasta la Historia documentada, pero en el Centro Histórico no hay diferencia, se unen y crean un aura de misterio con sus respectivos aparecidos.
Sin duda el primer cuadrante de la ciudad se ha convertido en el divertimento y el centro comercial popular de millones cada fin de semana.
Desplazarte por Avenida Juárez significa pasar por la Alameda Central, el primer parque citadino en América, con su remodelación que le da un aspecto moderno sin dejar de lado las fuentes porfirianas que cada día caluroso aglomera a decenas de niños que juegan entre los querubines y los dioses del Olimpo.
A los pocos metros, se encuentra el impresionante Palacio de Bellas Artes, un edificio monumental por su llamativa fachada hecha completamente por mármol blanco. Uno de los mayores centros de cultura desde la época porfiriana, que dentro de sí ha tenido a los mejores artistas nacionales e internacionales.
Aunque este recorrido es límpido a la vista, la convulsión que significa el Centro para los que lo hemos visitado más de una vez, aún no llega a visualizarse hasta que esperas el cruce entre Francisco I. Madero y Eje Central es uno de los más concurridos, comparado incluso con el Shibuya, Japón.
Al pisar la popular Madero, sin duda, visualizas la cara más concurrida y popular del Centro. Un lugar tan ecléctico, que solo unos metros separan la Torre Latinoamericana, el primer rascacielos de México, de la Casa de los Azulejos, una casona virreinal que deslumbra al pasar a su lado por su arquitectura es de estilo barroco y la fachada tapizada por miles de azulejos azules y blancos de talavera poblana.
Esta fachada tan mítica tiene su propia leyenda, la cual relata la historia de un hijo holgazán al cual su padre le dijo “tú nunca podrás comprar ni un azulejo”. Después de escuchar esto, este hijo encontró el coraje en demostrarle a su padre que no era lo que él creía, comenzó a ganar dinero y cuando tuvo el suficiente, decidió tapizar por completo la fachada con azulejos.
Fue mandada a hacer por la familia Conde del Valle Orizaba y fue una residencia privada hasta 1919 cuando fue comprada por Frank Sanborn, de los creadores de lo que es hoy, una tienda-restaurante Sanborns.
Corría el año de 1903, cuando los hermanos Walter y Frank Sanborn, oriundos de Los Ángeles, comenzaron una pequeña droguería en la Ciudad de México, al poco tiempo agregaron una fuente de sodas, donde las especialidades eran los Banana Splits y los Sundaes, una de las bebidas favoritas de Porfirio Díaz.
Al poco tiempo, la Revolución Mexicana comenzó y por las dificultades del momento se vieron obligados a cerrar las tres sucursales que tenían en la Ciudad de México.
Después de esto, Walter Sanborn regresó a Estados Unidos, pero su hermano Frank decidió quedarse y concentrar sus esfuerzos en un único Sanborns, ubicado en la calle de Madero #4, que hoy es conocido como la Casa de los Azulejos, al cual agregó una pequeña tienda, lo cual era muy innovador en su tiempo.
Esta nueva sucursal incluía restaurante, salón de té, fuente de sodas, tienda de regalos, farmacia, dulces y con el tiempo se agregó la librería, las revistas y la oferta de música y tabacos. Básicamente desde 1919 el concepto de un Sanborns nació gracias a este hombre visionario.
En su interior cuenta con dos muy hermosos murales, Pavorreales (1918) de Pacologue y Omnisciencia (1925) de José Clemente Orozco.
Por lo que darte un paseo por el lugar, además de ser un lugar perfecto para refugiarse del sol con una bebida, adentrarse a sus brazos frescos es un viaje en el tiempo. Desde la cafetería en la parte de atrás con gabinetes rojos, e inmensas barras donde fácilmente puedes imaginar a los intelectuales de antaño tomando café y escribiendo, o leyendo.
Incluso el patio central está adornado de un toque de antaño insuperable, con su fuente barroca en un extremo y las mesas acomodadas a lo largo y ancho del restaurante principal, que se extiende hasta el primer piso, donde si tienes suerte, podrás tener una mesa al lado de la ventana con una vista privilegiada al centro de la ciudad.
En sus balcones al caer el anochecer, en ocasiones hay conciertos de ópera para los transeúntes de Madero, quienes pueden detenerse y escuchar un poco de música.
De igual forma, la tienda tiene un aire de antaño que a pesar de todas las novedades de Sanborns, puedes sentir que transitas por el siglo pasado, como nuestros abuelos lo habrán hecho.
La Casa de los Azulejos es una muestra perfecta de lo que es el Centro Histórico, un espacio antiguo adicionado con características modernas, lo que permite que sea funcional para nuestros tiempos modernos.