Las diversas representaciones del arte siempre han respondido a cuestiones más profundas de las que podemos prever a simple vistam pues nacen de la mente de un creador que está insertado en un contexto específico.
Por lo que a menos que logre tener una objetividad casi sobrehumana, los artistas suelen escribir desde el punto en el que conocen, no por nada su obra artística siempre responde a temáticas, géneros o perspectivas en las que son fácilmente reconocidos.
Pero antes de poder tener una lectura profunda sobre las filias y fobias de un artista, la primera impresión siempre será la carta de presentación de su obra. Claro que antes esa primera aproximación tenía tintes más exhaustivos, más pausados, es decir, se le daba un tiempo mayor de beneficio de la duda.
Por el simple hecho de que la primera impresión no se basaba sólo en un título, en un tráiler de unos minutos o en alguna imagen promocional, se tenía que investigar, porque la inmediatez era más pausada que ahora.
Por lo que ahora, una portada colorida, con una cara conocida o un título cautivador basta para que millones den el beneficio de la duda y decidan consumir el producto artístico. Pero en la sociedad de la postverdad, en la que “no tengo pruebas, pero tampoco dudas”, ha hecho que millones simplemente juzguen por la portada.
Una forma totalmente válida de analizar al mundo, pero sin duda, reduccionista.
Al pensar en esto, me llega directamente a la mente las imágenes promocionales de la cinta de Alejandra Márquez Abella, Las niñas bien (2018).
Las cuales si eran miradas por el rabillo del ojo en espectaculares o en anuncios en redes sociales, tenía la pinta de ser una de las tantas comedias románticas que rellenaban las carteleras de cine mexicanas. La realidad de la cinta era muy distinta, pues era una radiografía de la opresión femenina en las clases altas, una temática que es poco explorada, al menos desde la acertada visión de Márquez Abella.
Y así como otras cintas reciben un reconocimiento innecesario por el pedigree detrás, u otras prometen demasiado con el título que parece que te cuenta una historia, pero al final resultan ser hilos argumentales inconclusos que nunca terminan en ningún lado. Algunas simplemente son “canceladas” desde el inicio.
Claro que esta situación puede jugar a favor o en contra de la película, pero lo cierto es que pocas veces (o tal vez nulas) debemos de juzgar algo con sólo un sneak peek de ello. Sobre todo con los ostentosos lentes de la postverdad que inundan las redes sociales.
Como fue el caso de la cinta Nuevo orden, de Michel Franco, la cual fue dilapidada en redes cuando el tráiler de dos minutos fue lanzado después de ganar el León de Plata en el pasado Festival de Venecia.
Aunque es entendible, y viendo esos dos minutos desde los lentes que nos regala Twitter, la cinta se ve como una abominación clasista, en el que los iniciadores de la revuelta se ven como bárbaros sin escrúpulos, y claramente resultan ser mestizos e indígenas. Citando a un usuario en Twitter que dejaremos en anonimato, “el holocausto de los morenos”.
Palabras muy fuertes con las que fue juzgada una cinta de hora y media de duración, con sólo dos minutos de un material promocional y, como sabemos, los tráilers han tratado muy mal a cintas que son buenas.
Por ello, no es de sorprender, que en el mundo del cine independiente, los tráilers suelen ser una escena en la que nada podemos entender de la trama, pero tenemos una probadita del tono.
Claro que en México la herida tan profunda del racismo y el clasismo no es fácil de explorar, e incluso, se vuelve un terreno pantanoso si la visión desde la que se explora no es la de las víctimas o es una venganza, como Nosotros los nobles (2013) de Gary Alazraki, en una comparación chabacana.
En este sentido, ¿qué tan distintos somos del revuelo que hubo en Estados Unidos cuando Joker ganó el León de Oro en el Festival de Venecia?
En Estados Unidos el descontrol armamentístico es una herida supurante, que cada año se lleva a miles de vidas, y que estos actos de violencia masiva sean perpetrados por hombres resentidos como el Guasón de Todd Phillips, parecía una burla a un problema existente. E incluso, un aplauso a este tipo de venganzas.
Pero aquí tendríamos que pensar en qué es el arte y cuál es su función; y si queremos que todo se cree dentro del confinado mundo de lo políticamente correcto, qué tan distinto sería de una simple propaganda. En qué momento le dimos a la ficción cinematográfica un peso tan grande como el de enseñar a las masas; y sobre todo, en qué momento nuestra sociedad parece regida por la ficción y no por la realidad.
Muchas preguntas que simplemente no puedo contestar, porque la política y la sociología salen de mis campos de conocimiento, al menos desde un punto de vista erudito, con la capacidad de dar respuestas que lo sean, no sólo opiniones o creencias.
Por ello, continúo con la idea de que no se puede juzgar a un libro por su portada, sino que si queremos hacerlo, debemos de darle la oportunidad de leerlo para así tener una visión completa.
Nuevo orden, de Michel Franco, llega a dos mil salas en México el 22 de octubre.