Parece que fue ayer, pero han pasado 12 años de Supercrepus. Nos han pasado por encima crisis económicas, mundiales de futbol y pandemias. El indie dejo de ser indie para llenar palacios de los deportes, la entelequia conocida como “música urbana” se convirtió en el centro de la industria musical, dejamos de escuchar ficheros .mp3 para sustituirlos por Spotify y Youtube. La revista que aupó el Supercrepus a lo más alto de sus listas, coronándole (merecidamente) como uno de los grandes compositores pop nacionales ya no existe. Todo ha cambiado desde Supercrepus.
En estos doce años ha habido ocho álbumes, un recopilatorio en el que revisaba su propio repertorio, un par de proyectos colaborativos con popes del indie nacional (Alfacrepus y los nunca suficientemente ponderados Junco y Diamante), centenares de kilómetros de camionetas tocando en todas las salas y festivales del país, una mudanza a Madrid, entrevistas con Broncano, colaboraciones con La Bien Querida, Espanto o con el mismísimo Raphael, canciones suyas versionadas por Fangoria. El que en 2008 era el teclista de Tarántula y un prometedor orfebre de canciones tan perfectas como escacharradas es ya un clásico del pop nacional que permanece creativo y relevante.
Y no lo hace en solitario. Hay dos nombres que resultan fundamentales para entender el sonido del disco. Por una parte, está Sergio Pérez, productor, instrumentista y; en resumidas cuentas, mano derecha de Joël en estas lides. Convertido ya en uno de los grandes productores del pop nacional, insufla vida y profundidad a los temas. Por otro lado, encontramos a Alberto Martínez del Río, virtuoso de la guitarra que añade guitarras llenas de funk y melodía, y Marc López a la batería. Desfilan también por el disco colaboradores de lujo como Tomasito, Aaron Rux o Jens Neumaier.
Y, ahora llega Supercrepus II. Como hizo Neil Young con el magistral Harvest Moon, Crepus se atreve a revisitar los mimbres del disco que le dio visibilidad unos cuantos años después, con madurez y poso, pero sin perder el sentido lúdico de las composiciones. Y es que, por encima de todo, Supercrepus II es un disco de pop total, un manual de canciones, una guía de estilos donde caben todos los géneros imaginables pasados por el filtro de un creador que los mezcla con un mundo creativo personal y boyante.
Si, por ejemplo, el Parklife de los Blur era un viaje caleidoscópico por la tradición pop británica, desde los Kinks a los Pet Shop Boys, Supercrepus II sería su reflejo hispano. Y como pasaba en el disco de los británicos, aquí el compositor está de dulce. Supercrepus II es cautivador desde las primeras notas de ese éxito que es “Calaveras negras”. Si “Hoy no sale el sol” la hubiera firmado el mejor Nacho Cano; “Te brilla la cara” entronca con la mejor época de Los Rebeldes y “Luces misteriosas” evoca a los Eagles hasta que en el estribillo aparece una guitarra de baladón hard rock ochentero. Incluso se atreve a reescribir a Los Flechazos en clave gamberra en “Destruir la ciudad” o a Decibelios en “Baila hasta morir”.
Y es que como pasaba en el Supercrepus original resulta fascinante la capacidad del Crepus a la hora de hacer que estilos que en el imaginario popular están enterrados y asumidos como casposos suenen a 2020 sin perder atemporalidad. Van doce años derribando las fronteras entre el supuesto buen gusto y lo kitsch, y el tiempo le ha dado la razón. Pero por encima de todo, Supercrepus II, es como su predecesor en la saga, un disco sobre el amor, sobre la necesidad de dar y recibir afectos, en clave de aforismos punzantes que desconciertan de primeras y resultan certeros después, un manual de canciones pop y un manual de emociones.
Todo el disco resulta un viaje: el del joven obsesionado con el pop (entendido en el sentido más amplio de la palabra) del Baix Llobregat, su contacto con el underground barcelonés mientras estudia filosofía en la capital catalana, su salto a Madrid y su establecimiento definitivo como uno de los grandes artistas pop del estado. El viaje ha llegado a su destino. Supercrepus II es la obra maestra de Joe Crepúsculo, su disco más redondo y su confirmación y el disco que lo convierte en un clásico.
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