Siete años después de convertirse en el primer latinoamericano en ganar el máximo galardón del Festival de Cine de Venecia con su debut abrasador, Desde allá, Lorenzo Vigas regresó con La caja.
El director deja su natal Venezuela por los yermos y vastos paisajes del noroeste de México, aunque permanece su interés temático por los padres ausentes y el correspondiente hambre por llenar ese vacío. Esta nueva historia que se cimienta sobre concluye una trilogía sobre este mismo tema de los padres ausentes y la búsqueda de una figura sustituta, una trilogía que Vigas inició con el corto Los elefantes nunca olvidan (2004).
En La caja seguimos a Hatzín (Hatzín Navarrete), un adolescente de la Ciudad de México, viaja al norte para recoger los restos de su padre que fueron encontrados en una fosa común en el desierto. Cuando ve a Mario (Hernán Mendoza) cree que hubo una confusión con la caja de restos, ya que el hombre le recuerda a su padre con base en una fotografía quemada que le entregan juntos a los restos.
Siguiendo a Mario e ignorando los intentos del hombre por quitárselo de encima, finalmente lo aceptan y comienza a trabajar para su nueva figura paterna. Mario recluta gente para trabajar en maquilas que salpican el paisaje del norte de México. Como Hatzín ha sido educado y sabe leer y escribir, rápidamente se gana la confianza de Mario y comienza a sentirse como en casa en su nuevo lugar. Con el tiempo, Mario resulta ser un personaje que habita los grises más oscuros entre el bien y el mal.
La pregunta que desde el inicio ronda La caja es si Mario es realmente el padre de Hatzín o no. Al final realmente no importa, porque las acciones son más importantes que la biología, aparentemente dice Vigas.
Rodando una vez más con el director de fotografía Sergio Armstrong en un luminoso y pulido 35 mm, Vigas se resiste a embellecer esta dura historia con planos vacíos que embellecen el desierto. En cambio, las imágenes de la película enfatizan la vasta y desolada serenidad del paisaje, recorremos desde el sol hasta la nieve. Lejos de casa, Hatzín a menudo se ve empequeñecido y varado en estas vistas, lo que enfatiza su soledad en un entorno que podría ser el lugar donde murió su padre.
La fotografía de Armstrong refuerza incluso con los adultos alrededor de Hatzín, que a pesar de ser acogido por una figura paterna, está solo y más vulnerable que antes de embarcarse en esta historia coming-of-age con toques de western.
Una desolación recorre La caja de principio a fin, que pone como historia de fondo el costo humano de la cadena laboral industrial, donde vemos implicaciones sobre desaparecidos, migración forzada y las redes criminales que sobresalen mucho más allá de sólo el narcotráfico.
El contexto enmarca el deseo desesperado de un adolescente por conocer el amor de un padre, el cual lo lleva a llegar a límites que no califican como áreas grises en la complejidad humana. Al final dejando al aire la pregunta, ¿qué es lo que una persona está dispuesta a hacer por obtener algo que siempre careció?
Aunque Vigas insiste en que es una historia sobre identidad, y que no deseaba explorar las implicaciones políticas del contexto que eligió, parece ser que los dos personajes principales son hijos de las características de su entorno.
Puedes ver La caja, de Lorenzo Vigas, a partir del 10 de noviembre en salas mexicanas.
Sinopsis
Hatzin, un joven adolescente, viaja en busca de los restos mortales de su padre, los cuales acaban de ser hallados en una fosa común en Chihuahua. Pero un encuentro casual con un hombre parecido al que fuera su padre pondrá en duda la certeza de su muerte y, sobre todo, abrirá la posibilidad de establecer la relación con la figura paterna que siempre quiso.
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