Vivimos en una época en la que es difícil de incomodar, más allá de las “generaciones de cristal”, el internet ha abierto una puerta a todo aquello que antes era difícil de encontrar, o al menos no era tan fácil como teclear un par de palabras en un buscador y listo. Puede que nuestra búsqueda nos lleve a estar en la mira del FBI, pero existe esa puerta y si queremos podemos decidir entrar.
La incomodidad es una manera de obligar al lector a pensar de forma distinta, o simplemente, hacer sentir al espectador una sensación particular que deje en claro una situación social, una postura filosófica o simplemente la estética por la estética. En este sentido, es imposible no recordar La náusea, de Jean-Paul Sartre, un libro que deliberadamente desea hacer sentir al lector asco.
En este sentido, y con un reto aún mayor por este siglo XXI, nos encontramos con El diablo entre las piernas, con dirección de Arturo Ripstein y guion de Paz Alicia Garciadiego, una película con el obvio sello visual del maestro del cine mexicano y diálogos poéticos y artificiales de Garciadiego.
Pero esta vez cambió algo y llevó a esta poderosa pareja creativa a decir sin tapujos que El diablo entre las piernas era su mejor película: no hubo censura ni autocensura.
La idea del guion nació cuando Paz Alicia Garciadiego se miró al espejo después de mandar unas fotos viejas para un concurso, y descubrió en el reflejo a una anciana que la miraba de vuelta. Había envejecido.
Así en tardes de lluvia y sin pretensiones de volver aquellos diálogos una película, escribió el guion; después, se lo mostró a su esposo Ripstein, quien le dijo que quería volverlo una película y el resto es historia.
La edad, el cinismo y la enfermedad son tres de las razones por las que un creativo decide poner las manos al fuego. Explorar los rincones más sucios de sí y la humanidad, regalando al mundo una obra memorable, porque simplemente ya no tiene nada que perder, o ya no le importa.
En este caso, se puede sentir cómo la dupla Ripstein-Garciadiego regresan a las cloacas de nuestro país, esta vez de la mano de un matrimonio de ancianos que viven en una casa destartalada, durmiendo en cuartos separados y con una violencia verbal tangible en cada escena.
Él (El Viejo interpretado por Alejandro Suárez) lleva años insultándola, ella lleva el mismo tiempo escribiendo los insultos en libretas, por ejemplo, contando las veces que la ha llamado “puta”, 79 según las cuentas de Beatriz (Sylvia Pasquel).
La cinta está filmada en blanco y negro, pero existe tanta pesadez en la historia que nos cuenta la lente de Alejandro Cantú, que incluso las escenas a plena luz del día no se sienten como tal.
Lo que decanta en una película de dos horas y media que cuesta recorrerla, que pesa entre las vejaciones, las mentiras y los abusos, en palabras de El Viejo, “tú te llenaste de silencios y yo me llené de rabia”.
Es una película densa y claustrofóbica, que tiene como estandarte el exponer la vejez sin ningún tipo de concesiones, en la que cuerpos desnudos y ancianos se pasean por la pantalla, con el peso de una vida a cuestas pero con las emociones y la sexualidad a flor de piel.
La decisión que tomó Ripstein de grabarla en este formato fue en primer lugar, que así conoció el cine, además de reforzar que el cine es ficción y lo monocromático enfatiza esta idea.
La cinta expone en la pantalla a los ancianos como adultos y con emociones de adultos, con la cabalidad de serlo. Es decir, algo que pocas veces se habla y se refleja en la pantalla, por lo que esta cinta habla de los adultos mayores detrás y delante de la cámara, así como los coetáneos.
El 5 de mayo llegará El diablo entre las piernas, de Arturo Ripstein, a los cines mexicanos con más de 100 copias.
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