Aunque la mirada de los simples mortales hacia los ricos, siempre ha existido, y el entretenimiento en México es un gran ejemplo de la dicotomía con la que vivimos frente a esta población que se puede contar con unas pocas manos.
Pero después de la pandemia, el ciudadano de a pie se ha visto cada vez más corto de dinero, mientras que los ricos se han vuelto mucho más ricos, y los expertos como Oxfam mencionaron que el 1% de la población duplicó su fortuna durante la pandemia.
Mientras el mundo entero se ha sumido en una crisis e inflación increíble, sólo comparable con la recesión en 2008.
Junto a estos números que para un humano cualquiera le parecen sólo números, en TikTok se volvió sumamente popular el término Nepo baby. El cual hace alusión a que gran parte de las celebridades nacieron en cuna de oro, y que si triunfan en la industria, no necesariamente es por su talento, sino por quienes son.
Vamos, nada nuevo bajo el sol, pero siempre es un golpe duro ver las dudas de la meritocracia, sobre todo para las generaciones más jóvenes que han crecido con micro celebridades como los influencers, que bien podrían ser tu compañero de clases.
Por lo que parece ser que estos años donde seguimos en pandemia, pero cada vez nos importa menos, se siente como si estuviéramos viendo lo obvio frente a nuestros ojos después de años en las tinieblas.
Y como suele ser, el arte responde a las incomodidades sociales, confirmando las tendencias de pensamiento o inquietudes. Así en dos “extremos”, el terror y la sátira, nos encontramos con una crítica similar en dos cintas que se estrenaron cerca una de otra, Triángulo de la tristeza y Infinity Pool.
Triangle of Sadness de Ruben Östlund, está nominada a Mejor Película en los Premios Oscar después de arrasar en Cannes llevándose la Palma de Oro.
En esta escatológica sátira, seguimos a una pareja de modelos e influencers, Carl (Harris Dickinson) y Yaya (Charlbi Dean), que son invitados a un crucero de lujo, es decir para los más ricos entre los ricos, allí conocen a un excéntrico grupo de personajes entre pasajeros, como miembros de la flotilla. Sin embargo, todo empieza a salir mal cuando quedan atrapados en una isla desierta.
Dividida en tres capítulos: “Carl y Yaya”, “El Yate” y “La isla”, cada uno es una crítica por sí misma.
Por ejemplo, en el primer capítulo, centrado exclusivamente en Carl y Yaya, dos modelos, es una crítica mordaz a la industria del modelaje. Vemos a un grupo de modelos masculinos en un casting participar en una dinámica en la que se habla cómo las marcas de lujo requieren de expresiones faciales serias y enojadas, mientras que el de una marca “barata” los modelos muestran caras sonrientes.
Un discurso que para algunos es una crítica a la ilusión de inclusividad por parte de las marcas, pero que en esencia desde sus campañas publicitarias desdeñan a su público. La segunda muestra de esto ocurre en un desfile de modas, donde algunas personas a pesar de ya tener un lugar son movidas (o desplazadas) para darle lugar a otros “más importantes”, sin importar que alguien pierda su lugar.
Mientras que en el segundo capítulo, se critica de forma mordaz el estilo de vida de los millonarios, quienes esperan ser atendidos no importa cual sea la petición; y los trabajadores del yate son recordados de eso: un cliente satisfecho al final del viaje representa una recompensa: dinero.
Y bueno, al final todo termina en un escatológico clímax, con vómito, excremento y todo tipo de fluidos, humanizando a este 1%.
Por su lado, y como un paralelismo cinematográfico, Infinite Pool de Brandon Cronenberg, siguiendo la tradición familiar de usar los fluidos corporales como la llave directa a la humanización. Pero también como los Cronenberg suelen hacer, desde el terror y la ciencia ficción.
En esta cinta que se presentó recientemente en Sundance 2023, la acción se sitúa en un país imaginario, pero plantea un dilema que existe en todos aquellos viajes donde los ricos acuden a un resort de gran lujo a disfrutar de la ostentación, pero sin salir de los confines construidos por el grupo hotelero. El país que visitan no les importa.
Ahí es que conocemos a los protagonistas a los que interpretan Alexander Skarsgård y Cleopatra Coleman, un escritor fracasado y su esposa riquísima, hija de un magnate de la comunicación con emporio editorial que fue quien le publicó el libro.
Un encuentro fortuito con una misteriosa mujer, a la que da vida Mia Goth, les hará salir del hotel y les introducirá en una espiral de perversión que incluye sexo, sangre y otros muchos fluidos. Todos los fluidos imaginables: orina, semen, sudor, saliva. Lo usual en las películas de estas familias.
Y es que en este país da por hecho que sus millonarios visitantes van a cometer delitos, y tiene como norma castigar con la pena de muerte, pero los turistas pueden salvarse con la suficiente cantidad de dinero, ya que cuentan con una máquina que, previo pago de una cantidad ingente, crea un doble que es ajusticiado en vez del original.
Lo que da rienda suelta a las mayores perversiones de este 1%, un descenso al infierno mostrando lo peor del ser humano, y lo que las creepypastas cuentan sobre las perversiones de estas personas con poder sin límites.
Así pues, estas dos cintas hablan desde dos extremos (no apuestos, sino sólo desde tonos distintos) una inquietud que no es nueva en esta sociedad, pero mientras nuestros bolsillos se ven más vacíos que nunca, parece ser que cuestionar desde la risa o desde el terror aquel mundo que casi nadie va a conocer, es lo que nos queda.
Quien diría que Nosotros los nobles sería tan actual tantos años después…
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