El cineasta chileno Pablo Larraín, conocido por las películas Neruda, Jackie y ahora por su nueva cinta, Ema, la cual estrenó en el Festival de Cine de Venecia y luego fue exhibida en Toronto, TIFF 2019. En este filme vuelve a trabajar con el actor mexicano, Gael García Bernal, quien interpretó a Óscar Peluchonneau en el filme Neruda. Esta vez le da vida a Gastón, un coreógrafo doce años mayor a su pareja de Ema, una bailarina, interpretada por Mariana Di Girolamo (Hotel Zentai).
La trama se desarrolla en medio de un Valparaíso (Chile) punk, decadente y lleno de graffitis, escenario idóneo para la propuesta estética y física de Larraín. A través de la danza y el ritmo del reggaetón, conoceremos la disfuncional relación de estos personajes, su entorno y el proceso destructivo del modelo de familia tradicional donde tras una serie de sucesos, una pareja decide devolver al hijo que habían adoptado, Polo. Sin embargo, no se hace tardar el arrepentimiento. El proceso de duelo al saber que probablemente nunca recuperen al niño con el que llegaron a formar la familia que tanto deseaban, pero que resulta tóxica y desgastante, tanto para Ema como para Gastón.
A pesar de que el personaje de Ema resulta demasiado extraño para relacionarlo con la visión tradicional que se tiene de la madre de familia, este se desenvuelve de una manera en la que garantiza que hace todo lo posible para estar junto a su hijo. Cuando el espectador descubre a Ema, nota que la joven está atravesando los peores momentos de su vida, una parte de ti necesita odiarla por las decisiones que toma, mientras otro intenta cobijarla y descifrar qué le ocurre internamente.
Se describe ella misma como “amor”, en una ocasión, y “odio”, en otra, reformulando estos aspectos en una sensible y seductora Ema. La protagonista toma las riendas de su vida y moviliza a los otros como quiere, es capaz de controlar el fuego y el mar, sin quemarse ni ahogarse. No es casualidad que la cinta esté llena de simbolismos, relaciones con el mar, el fuego. Lo amplio y vasto del océano y su puerto, versus los callejones, miles de escaleras, son algunos de los contrastes que trabaja esta película.
Dejando de lado esta narrativa, destaca además el hecho de que la joven mujer anhele una libertad que casi roza con sus dedos. Practicando el baile contemporáneo de la mano de su marido, que a menudo más que una pareja se asemeja a un jefe, siente la necesidad de dejar atrás ese tipo de baile para salir a la calle a bailar reggaetón. Esta música resulta controvertida tanto dentro como fuera del filme. Sin embargo, es explicada como el salto a la libertad de Ema.
Alejado de lo convencional y conservador, este gran director chileno, se arriesga y se agradece. Primero, porque es inherente al ser humano el descubrir y crear nuevas formas, expandir los propios límites y en este caso, qué mejor que a través del arte, dejando un legado donde las reglas se rompen, pudiendo ser incorrecto para algunos.
Por otra parte, cabe destacar la impecable fotografía y estética aunada a una banda sonora parcialmente actualizada que resulta gratificante en multitud de escenas, así como las exquisitas interpretaciones que se suceden durante el filme. Estas brillan por la fuerza con la que los personajes se abren paso en el relato y la manera en que están logrados, que casi que parecen necesarios para que Ema se desenvuelva de una manera u otra.