La revista Time ha lanzado la lista de los mejores discos de 2022, y aunque no es precisamente conocida por hablar sobre música, sin duda, su prestigio hablando sobre las mayores tendencias es un buen referente.
Así pues, los álbumes en cuestión han sido elegidos en base a su contribución a “expandir los límites del género, el tema y el sonido”, según indican al principio del artículo, por lo que podemos pensar en cuáles son los primeros tres lugares.
Hablemos de ellos.
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Renaissance, Beyoncé
Antes del lanzamiento de Renaissance, su séptimo álbum de estudio en solitario, Beyoncé compartió a través de las redes sociales que era un proyecto creativo que nació de una necesidad de escape, libertad y exploración durante la pandemia. Ese espíritu es omnipresente en el álbum, una verdadera celebración de la música dance y su historia negra y queer.
Desde su primer sencillo del álbum, "Break My Soul", donde Beyoncé y Big Freedia nos instan a "liberar tu trabajo/liberar el tiempo" hasta la dedicación del álbum a su difunto tío queer, Johnny, el álbum es un homenaje a los pioneros negros queer de géneros como disco, bounce, house, techno, funk y ballroom. Pocos discos pueden ser la canción del verano, al terminar este.
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19 Masters, Saya Gray
El álbum debut del cantautor residente en Toronto, Gray está lleno de ideas a medio desarrollar, divagaciones de guitarras delgadas, grabaciones vocales descoloridas y notas de voz perdidas. Pero la extraña moderación y la curiosidad inquieta de Gray son todo el punto: en su estructura dispersa y peluda, hay algo convincente que se puede encontrar en cada rincón melódico, ya sea en tu segunda o décima escucha.
De esta manera, el álbum se siente como un digno heredero de la obra maestra de baja fidelidad de Frank Ocean, Blonde. Gray superpone su voz áspera sobre sí misma para construir armonías impresionantes, y los tonos que extrae de su guitarra y bajo son impecables.
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Un Verano Sin Ti, Bad Bunny
Ningún otro álbum tuvo tanto atractivo universal este año como Un Verano Sin Ti, el glorioso cuarto álbum de estudio en solitario de Bad Bunny. Es un álbum sobre el desamor, sí, pero también una verdadera carta de amor a su tierra natal de Puerto Rico y un tributo sonoro a la diáspora caribeña.
Impulsado por los estilos musicales del Caribe, que van desde el reggaeton y el dembow hasta el merengue y la cumbia, y reforzado por elementos de dance hall y techno, Bad Bunny arraiga firmemente el álbum en lo profundamente personal, extrayendo las experiencias universales del amor, la pérdida y la placer supremo de estar vivo, para un proyecto excepcional que desafía el género, es intergeneracional e innovador.
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