John Waters (Baltimore, 1946) en todo el recorrido que implica su larga carrera cinematográfica ha sido nombrado con un sinfín de nombres “peyorativos”, pero que Waters ha llevado con orgullo.
Posiblemente el más icónico ha sido el dicho por William Burroughs, “el Papa del trash”, el simple nombre evoca el kitsch y el absurdo que caracteriza el cine de Waters.
Creció en Baltimore, cuando ser gay era un acto delictivo, y Hollywood crecía con películas de grandes presupuestos. El pequeño Waters miraba con unos binoculares el autocinema local, en el cual sólo proyectaban películas clase B y otras tantas de clasificación X, lo que hizo que naciera su amor por el cine de mala calidad, y por tanto, la estética que ha caracterizado su trabajo cinematográfico.
Tal vez no todos seamos fanáticos del “mal gusto”, pero sin lugar a dudas, puede ser una gran arma para lograr que las personas se detengan y vuelvan a mirar, de igual forma que lo ha hecho el humor.
El lugar donde estas dos formas de catarsis se unen es el cine de John Waters, quien desde sus inicios en el cine, quería incomodar sin mirar a quién.
Susan Sontag lo dijo en su momento, hablar del camp es traicionarlo, aun así, la Met Gala 2019 tuvo como tema esta sensibilidad “antaña”, lo cual hasta cierto punto es institucionalizar algo que pertenecía a la cloaca de donde nacen y se reproducen los personajes de John Waters. Tal vez por esto fue que Anna Wintour decidió no invitar a John Water a la alfombra roja, tal vez sólo fue el hecho de que su cine es de mal gusto, pero él es impecable.
Él lo dice, para poder jugar con el mal gusto debes tener buen gusto, y él mismo sabe que poseé un gusto impecable, el cual aprendió de su madre.
Es simple: una persona kitsch nunca podrá ser camp, ya que se necesita intención en las formas de actuar, saber dónde están los límites del buen y mal gusto para transgredirlas.
Una premisa que Waters exploró desde el inicio de su carrera, la cual llegó a una “perfección” repugnante en Pink Flamingos (1972), su película más conocida y la que hizo que todos voltearan a ver al joven Waters, quien no esperaba mucho de esta película.
En este momento, Waters con 75 años, se ha concentrado más en su carrera como escritor y standupero que en la de director de cine, A Dirty Shame (2004) ha sido el último material cinematográfico que ha rodado. A pesar de esto, no ha dejado su toque “marginal y queer”, en palabras de Sontag sobre lo camp, en sus libros donde ha comentado sus principales influencias en la vida, así como un roadtrip que realizó en 2012, donde sus aventuras bien podrían formar parte de un filme suyo.
Su estilo es reconocible que intenta transgredir para que las personas se detengan a pensar, tal vez no sobre algo elevado y filosófico, sino en lo mundano. En la mera condición humana, que rara vez no se separa de su mundanidad e inmundicia.
Con más de 40 créditos en cortos y largometrajes basura el director nos ha dejado un legado pestilente para ver, cuando acabemos con estas cintas, podremos recurrir a sus libros y cuando estos se acaben, siempre nos quedará la vasta humanidad. Una enseñanza que no podemos olvidar al hablar del Papa de la basura.
John Waters ha centrado su atención en las personas, él mismo declaró, para una entrevista en El País, la razón por la cual nunca está aburrido: “Mientras pueda observar a los seres humanos nunca me aburriré.”
Sontag cierra su aclamado ensayo “Notas sobre lo camp”, con esta declaración, posiblemente el núcleo del cine y el interés de Waters:
El gusto camp es una especie de amor, amor a la naturaleza humana.