Apenas abrimos los ojos porque una alarma ya nos indica que hay que iniciar el día, el rush comienza. No pidas cinco minutos más, porque sino dos horas del día ya han quedado desperdiciadas. Decides levantarte, bebes un café y el corazón comienza al máximo por ahora, una ventaja para quienes tienen que arrancar el día con el máximo ímpetu. Todo va bien, es un día más, de una vida normal en el ajetreo de la ciudad.
El día avanza y la angustia aumenta, el mareo, el vértigo y la sensación de desmayo te invade, pero no puedes desvanecerte porque necesitas ser alguien en este día, en esta vida. No es un estrés común y corriente, no es la angustia por pagar las cuentas, es el estrés de pensar en la muerte subliminalmente, es el pánico de actuar y ser funcional en esta vida. Es demasiado, los edificios se hacen gigantes, los árboles se inclinan hacia ti, de repente todo el peso de la gravedad terrestre se recarga en tu pecho, el aire deja de circular y sientes como poco a poco te asfixias. El fin, ha llegado el fin, piensas, todo se acabó.
Mientras tu drama te envuelve al punto de sentir cómo vas “perdiendo la vida”, tus pulmones siguen respirando, tu corazón está agitado pero sin signos de ningún paro cardiaco. Tu cuerpo tiembla, pero esto solamente es porque la mente a veces puede ser nuestra peor enemiga. Sin embargo, no porque estemos en una situación de verdadero peligro.
Algo así, y a veces en menor o mayor intensidad, se siente un ataque de pánico. Una situación completamente desagradable para quienes lo padecen. Sobre todo cuando estos ataques se convierten en una constante que no te permite tener un día o una vida normal.
La ansiedad es la enfermedad mental número uno del siglo XXI. Si lo pensamos bien, tiene todo el sentido. Hablamos de un momento crítico para nuestra especie, las cosas han cambiado a saltos agigantados, tanto en el espectro tecnológico, como en el social, y hasta en el ambiental.
Es decir, no sabemos si estamos peor que nunca, pero definitivamente estamos sobre la cuerda floja de la incertidumbre. ¿Qué pasará mañana? Una pregunta que nunca tuvo tanto sentido y tanta popularidad como ahora, cuando hablamos de generaciones sin un futuro cierto.
Tanto millennials, como centennials, comienzan a vivir los estragos de una época en la que ninguna seguridad social está garantizada. Conformados por trabajos precarios, porque no hay más alternativas y hay que pagar renta y, básicamente, intentar vivir en este mundo. Sin derecho a jubilaciones dignas, ni garantías patrimoniales, ni seguridad médica digna, la incertidumbre es el verdadero monstruo que vive debajo de nuestras camas.
A esta incertidumbre la conocemos como ansiedad, y también se ha descubierto que usa máscaras como la depresión, insomnio, control, hábitos obsesivos, una culpa constante y muchas más. Como si se tratara de una fiesta de disfraces, la ansiedad llega en distintas telas, zapatos y vestidos. Sin embargo, el monstruo debajo de todas estas máscaras es la ansiedad en su pulcritud.
Ansiedad y el trastorno del miedo
¿Qué es exactamente la ansiedad? Se trata de un trastorno tan común que parece normal, pero no lo es. De hecho, muchas personas pueden padecer de este trastorno y llevar una vida “normal” y ni siquiera sospechar que la viven.
De acuerdo con los expertos en la salud mental, sentir ansiedad de modo ocasional es una parte normal en nuestras vidas. Sin embargo, “las personas con trastornos de ansiedad con frecuencia tienen preocupaciones y miedos intensos, excesivos y persistentes sobre situaciones diarias. Con frecuencia, en los trastornos de ansiedad se dan episodios repetidos de sentimientos repentinos de ansiedad intensa y miedo o terror que alcanzan un máximo en una cuestión de minutos (ataques de pánico)”.
Estos eventos interfieren con nuestras vidas cotidianas, son difíciles de controlar, desproporcionados en comparación con el peligro real y también pueden durar un largo tiempo. Este trastorno puede iniciar desde la infancia, adolescencia y continuar hasta la vida adulta. En general pueden iniciar en cualquier etapa de nuestras vidas.
Existen distintos tipos de ansiedad como la ansiedad social (fobia social), fobias específicas y trastorno de ansiedad por separación. Igualmente, podemos padecer más de un trastorno de ansiedad a la vez. No importa cuál sea el tipo de ansiedad que padezcas, la atención médica debida puede ayudarte a vivir tranquilamente.
Los síntomas y signos más comunes en un ataque de pánico van desde la sensación de nerviosismo, agitación o tensión; sensación de peligro inminente, pánico o catástrofe; aumento del ritmo cardíaco; respiración acelerada (hiperventilación), sudoración, temblores; sensación de debilidad o cansancio; problemas para concentrarse o para pensar en otra cosa que no sea la preocupación actual; tener problemas para conciliar el sueño; padecer problemas gastrointestinales; tener dificultades para controlar las preocupaciones hasta tener la necesidad de evitar las situaciones que generan ansiedad.
Cómo calmar un ataque de pánico
Una vez que un ataque de pánico toca la puerta de nuestros pechos, casi sentimos que es muy tarde para desinivitarlo. Sin embargo, podemos correrlo lo más pronto posible. Para esto los expertos recomiendan estrategias para que se vaya rápidamente.
Reconoce tu ataque: algo primordial es reconocer que el ataque está llegando, para así poder mandarlo lejos lo más pronto posible. Es importante saber que se trata de un ataque de pánico y no de la hora final de nuestras vidas. Recordar esto nos ayudará a concentrarnos en otras técnicas para reducir los síntomas.
Respira profundamente: aunque parezca algo muy obvio, cuando alguien sufre un ataque de pánico es común que se concentre en este y olvide la respiración. Es importante intentar traerla a nuestro enfoque y hacer ejercicios de respiración profunda para evitar la hiperventilación.
Cierra los ojos: a veces nuestros ataques provienen de entornos que nos abruman, cerrar los ojos nos ayudará a concentrarnos en bloquear el ataque.
Conciencia plena Mindfulness: se trata de concentrarnos en las sensaciones físicas con las que estamos familiarizados, como hundir los pies al suelo o sentir la textura de nuestros pantalones en las manos. Sentir estas sensaciones específicas nos ayudará a ubicarnos firmemente en la realidad y nos darán enfoque para salir del ataque rápidamente.
Estas son algunas estrategias inmediatas que nos ayudan a calmar un ataque de pánico, básicamente se reducen a técnicas que nos ayudan a regresarnos al momento presente y al reconocimiento de la ansiedad como un evento, pero no como el final. Sin embargo, también es importante reconocer cuando necesitamos atención médica profesional. Según los expertos en la salud mental, si tienes los siguientes síntomas, es momento de acudir a un especialista:
- Sientes que te estás preocupando demasiado y que esto interfiere en tu trabajo, tus relaciones y otros aspectos de tu vida.
- Tu miedo, tu preocupación o tu ansiedad te causan malestar y te resulta difícil controlarlos.
- Te sientes deprimido, tienes problemas con el consumo de alcohol o drogas, o tienes otros problemas de salud mental junto con ansiedad.
- Piensas que tu ansiedad podría estar vinculada a un problema de salud física.
- Tienes pensamientos o conductas suicidas (de ser así, procura tratamiento de urgencia inmediatamente).
La ansiedad es la enfermedad del siglo, pero hay que luchar por vencerla, pues no se trata de ningún galardón que el mundo realmente quiera. Ante la prisa y el poco tiempo que sentimos que queda, lo mejor es vivir plenamente y pensar en el presente como el único día que existe. Ante estos escenarios, un poco de sabiduría budista no está demás.
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