Hay muy pocas probabilidades de que un animal que estuvo en cautiverio durante un largo periodo, o toda su vida, pueda regresar sin sufrir graves, sino es que fatales, consecuencias en su hábitat natural. Quizá se trate de una factura que cobra la naturaleza por haber roto el orden natural de las cosas, o simplemente es el recordatorio de que nuestra intervención no siempre es la mano salvadora del planeta.
Más allá de esto, algo sí es verdad, cuando liberamos una fiera que estuvo en cautiverio por mucho tiempo, el temor a lo desconocido lo acosa durante unos minutos, pero el reconocimiento de su hábitat y su libertad lo hacen correr sin mirar atrás.
Se pensaba que después de un año sin uno de los festivales más deseados de la ciudad, el Corona Capital, su regreso sería como un encuentro entre un tigre y su selva. Salvajes fieras festivaleras, entre el glitter, outfits de tablero de Pinterest y mucha música; correrían hacia los escenarios para dar el grito de euforia que solo un concierto te permite dar.
Desde el lanzamiento de su cartel, la edición 2021 del Corona no fue lo que se esperaría, pero esto tampoco impidió que el fin de semana del 20 y 21 de noviembre se llenara de stories en Instagram para dar el check list de su asistencia.
Cuando uno de los miembros de St. Vincent dio positivo a Covid-19 y canceló por razones obvias, y poco después la banda británica, The Kooks, canceló su presentación por razones personales (el hijo de Luke, el vocalista, fue papá) el cartel se vino abajo, sin caerse en su totalidad.
Es decir, dos de los grandes headliners se esfumaron, pero el cartel todavía tambaleaba con Tame Impala y Disclosure, por lo que los asistentes llegaron con altas expectativas, para que, a dos horas antes de la presentación, el dúo británico diera la noticia que por enfermedad cancelaban su presentación. Entonces, el Corona Capital 2021 se nubló, metafórica y literalmente, pues al clima se le ocurrió ofrecernos unas cuantas gotas de lluvia como toque poético de la noche.
Cualquiera pensaría que se trató de la peor edición de la historia, y probablemente no están tan alejados de la afirmación. Sin embargo, hiperbolizar el ángulo negativo parece más una condición humana para minimizar los aciertos que, a pesar de los grandes ruidos de sus infortunios, fueron más de los que imaginamos.
El ambiente se llenó de una energía de paz y goce real. Las verdaderas fieras festivaleras disfrutaron, tanto que podríamos hablar más de la necesidad colectiva por un evento multitudinario en el que, aunque sea por un momento, se nos olvidara la realidad pandémica que aún atravesamos.
La urgencia de correr hacia los escenarios y bailar, sentirnos el fan número uno de una banda que quizá no nos encantaba o incluso que ni conocíamos, y sentir que estábamos ahí. Disfrutar el momento presente del festival, materializar aquella filosofía budista que predican los amantes del yoga y sus múltiples hashtags. Quizá ese fue el mayor acierto de esta edición.
Antes de que la tarde cayera, Wachito Rico (para los amigos) o Boy Pablo para los nuevos fans, inundó el escenario principal de una energía enternecedora que asimilamos a aquellos rayos del sol que van dibujando el atardecer. El clima estaba en óptimas condiciones, el baile y los aplausos al ritmo de las guitarras y las percusiones nos hicieron saborear la gratitud de regresar al mundo festivalero post pandemia.
Una energía como de domingo chill continúo cuando Elliot Moss sincronizó sus sonidos en una atmósfera completamente calma. El escenario miró cómo la noche comenzaba a llegar, mientras la mayoría del público prefirió sentarse a disfrutar de su música contemplativa. Una variedad de dimensiones sónicas se apoderan del espacio para entonces regalarnos un cover inesperado: “Creep” de Radiohead.
Ya de noche, con la luna detrás del cielo que pronto nos regalaría lluvia, la nostalgia de nuestro adolescente happy punk nos invadió con la presentación de All Time Low. La energía, tanto en el escenario como en el público, dio un giro para entonces convertirse en una más eufórica y estridente.
La noche conservó aquel tono estridente, pero de manera un poco más melancólica con la presentación de LP. Una noche de gala, con su traje rojo de lentejuelas, la cantante estadounidense nos ofreció todo un concierto digno de recordar con su aquella voz que nadie podría confundir.
Al llegar la lluvia y la mala noticia de que Disclosure cancelaría, porque a uno de sus integrantes le dio una infección estomacal, y hasta con fotos de evidencia (ahora dignas de meme) para disculparse, los ánimos bajaron y dispersaron la frenética energía que ya venía apoderándose del festival.
Sin embargo, no podemos negar que el cierre que dio Tame Impala fue digno de aquella tarde del sábado, las emociones se concentraron en una energía única y al unísono, las fieras festivaleras no permitieron que esta edición se cayera. Fue un evento más de la gente que del headliner o sus músicos.
La edición del Corona Capital 2021 fue un evento que sobrevivió gracias a la urgencia que los espectadores teníamos de regresar un poco a esta normalidad en la vida. No siempre las cosas son como queremos, pero definitivamente no podemos culpar a nadie más que, ¿al universo? De que esta edición no fuera la deseada por todos, pero también podemos redimir nuestras exigencias y considerar que fue un regreso con tropiezos, pero que, en definitiva, se disfrutó entre sus “peros”.
Fotos: OCESA Prensa.