Mientras nuestros padres se hacían de una casa, una familia y bienes a largo plazo, a sus cortos veintitantos años, nuestra generación apenas sufre los rezagos de una contemporaneidad líquida. En la que intentamos sobrevivir en un mar de incertidumbre en el que cada ola se lleva la sal de nuestras relaciones interpersonales, estabilidad económica, seguridad laboral, seguridad médica y así las olas.
Tal y como menciona Zygmunt Bauman (filósofo y sociólogo británico), nuestros vínculos afectivos (amigos, parejas, familia y demás) se han colocado al borde de la pendiente, en donde la fragilidad es el lema principal. Más allá de una disertación antropológica, lo cierto es que nuestra generación lleva por delante la agobiante interrogante sobre lo que será el futuro.
Sin arrojarnos a filosofías budistas en las que el “aquí el ahora” es a lo que deberíamos aspirar, pensemos más terrenalmente sobre cómo esto ha cambiado los modelos de vivienda. Por ejemplo, cada vez es más común compartir un piso con más gente, en donde se suman de dos a más sueldos para poder completar la renta del espacio.
A todo esto, llegamos al tema de los roomies, aquellos compañeros de piso que nos facilitan las finanzas para vivir en un espacio más o menos digno, pero quienes también pueden complicarnos la vida de vez en cuando.
Todo gira entorno a la convivencia, en la que, claro está, se suman los factores externos de la incertidumbre millennial y las pretensiones del clásico sueño americano. Sin embargo, nuestra naturaleza humana también destella chispas que pueden iluminar momentos con armonía y paz, como también puede quemarlos entre las tensiones y las maneras de ser de cada quién.
Sobre todo ahora, que el contexto ha orillado a muchos a trabajar desde casa por motivos de sanidad y prevención. Además, se trata de algo que nadie esperó ni mucho menos pidió, pues fue el trabajo el que se metió a nuestros hogares como alternativa a una solución.
De ahí que la convivencia entre roomies sea todavía más compleja, de pasar algunas horas del día en casa y las otras en la oficina, a pasar 24/7 todo el tiempo en casa, hay una clara diferencia.
¿Cómo podemos sobrellevar esto sin generar tensiones innecesarias? ¿Cómo podemos resolver los conflictos individuales y colectivos en el hogar, desde un punto empático y no condescendiente?
Por eso ahora te damos unos cuantos tips, para que la convivencia sea sana y los conflictos se manejen de manera armoniosa, sin necesidad de odiarse los unos entre los otros. Pues al final, hablamos de un espacio compartido, que es el espacio de todos los habitantes, y por ende, es fundamental que todos los que viven en él, se sientan cómodos y en armonía.
Respetar el espacio
Más allá de la obviedad, en donde la habitación de cada roomie es asunto de quien lo habita, hablemos sobre el espacio personal. Las áreas comunes son espacios en los que todos están invitados a gozar de ellas, por lo que es esencial mantenerlos limpios y ordenados, para el goce de cada quien.
Sin embargo, también están los espacios personales, en los que hay que tener muy claro que de una u otra forma al vivir con una o más personas, sin ser familiares o amigos, no tiene porque generarse una relación como tal. Sobre los vínculos, quizá deberíamos reparar en lo orgánicos que son estos y en que nacen por sí solos, por lo que no hay que forzar nada.
Igualmente, respetar los espacios virtuales, vivir con alguien no es sinónimo de seguirlo en sus redes sociales, cada quien maneja estas como quiere y tiene el derecho de compartirlas o no, sin que esto sea un problema.
Vivir juntos puede generar un ambiente de armonía en el que se sienta como una familia, pero también puede ser diferente, y no por eso está mal. La armonía no conlleva, necesariamente, un estrecho vínculo entre los habitantes de la casa.
Considerarse los unos a los otros
Esa clásica frase de mamá: no hagas lo que no quieres que te hagan, es un lema de oro que no estaría mal llevarlo con nosotros a todos lados. Es decir, considerar al otro forma parte de la empatía misma, en la que intentamos convivir de una manera pacífica, entendiendo la existencia del otro.
De la misma forma, si algo te molesta es indispensable decirlo, no podemos cargarle la responsabilidad completa al otro si no hablamos. Al que no habla, dios no lo escucha. Es fundamental entender que entre adultos ya no hay espacios para esconderse y evadir conflictos, puede que haya situaciones en las que un roomie haga cosas que nos molestan, pero si nunca decimos nada, quizás asuma que no es una molestia. Más allá del sentido común, muchas veces, es en este punto donde los malentendidos nacen y luego sacan chispas efervescentes que queman la armonía, y nadie quiere sentirse incómodo en casa.
Expresen sus sentimientos y establezcan acuerdos
Todo es una cuestión de actitud, por eso es necesario siempre entablar un diálogo entre roomies donde todos se escuchen los unos a los otros, para reconocer las fallas que puedan existir. Es así, que los acuerdos pueden llegar naturalmente y respetarlos es fundamental, para que esto siga siendo un espacio cómodo para todos.
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