Coldplay presenta "Everyday Life"

Entretenimiento Calendario 22 dic 2019 Alberto Ugalde

Cuando me preguntan en qué cajón meter a la banda de rock alternativo Coldplay, respondo que en uno todoterreno, por ejemplo, el de los históricos. No es el cajón de los clásicos, pero debería estar ciego para no aceptar el peso y trascendencia mundial de la banda, su popularidad, éxitos, un vocalista guapo y tanto que, nada raro, detona un amplio número de polémicas y detractores.

No obstante, si internet y las redes sociales que no se concentran en el marketing personal o el narcisismo, se la viven en un eterno conflicto y polémica, más de uno podría pensar: “¿entonces qué no provoca polémica u ofende?” y juraría ocioso destacar las disputas, la mayoría bajas en calorías, de una banda que compone las canciones que le gustan y no afectan mal a nadie.

En efecto, la mentalidad de chisme es tan común que sería poco inteligente concentrarnos en ella. La lógica no es sorpresiva ni compleja; sin importar la estética y pronunciamientos del grupo, si gustan o no, ellos hacen lo que se les pega la gana aunque su popularidad y éxito sea la pirotecnia para la pólvora hater. Además recordemos que cien millones de personas los siguen, sino es que más (han vendido 100 millones de grabaciones y tienen casi 40 millones de oyentes mensuales en Spotify, sin sumar a los de otros servicios de streaming o maneras de escuchar música). Pero también sobran quienes no compran sus álbumes y los critican. En otras palabras, existen millones y millones que anhelan que la banda londinense formada en 1996 con Chris Martin, Jonny Buckland, Guy Berryman y Will Champion, sea lo que ellos exigen. En efecto, se trata de apegos, una consecuencia del stardom y la necesidad de que todo producto comercial ofrezca la ilusión de que representa las emociones del público / mercado.

Desde que Coldplay editó su tercer álbum, X&Y (2005), el LP más vendido en todo el mundo en 2005, se alejó aún más de las exploraciones indie rock de su primer álbum, Parachutes (2000). Creo que salieron del clóset y se revelaron como una banda tranquila, amante del pop y soft rock, del sampleo, del rollo melancólico con letras simples y tanto más que amalgamó los elementos para transformarse en un imán de fresas como, por ejemplo, Gwyneth Paltrow. Como consecuencia detonó, porque sí, como sucede en tanto más, un corredor de odio de falsos fanáticos de la música rock (el rock es incluyente), que posiblemente se incubó desde que la rola “Yellow” acaparó todos los reflectores a comienzos de 2001.

Hay gustos para todos y si una banda le entra al ruedo con la meta de vender, debe atenerse a las consecuencias críticas y de valoración. Para algunos especialistas esta banda es tediosa y no la bajan de ñoña, ¿pero es obligatorio escucharla? No. Es más, ¿no son sospechosas las cargadas pseudo intelectuales y tendencias en las que TODOS piensan lo mismo, sean críticos de música o de cualquier tema, que se comportan como las fracciones “parlamentarias” de los partidos políticos, con el grueso alzando la mano según lo ordenado por el canon?

Spoiler alert, no es posible que todos piensen igual. Si mágicamente ocurriera una homogeneización de pensamiento, la diversidad moriría, acarreando desazón y ese temido estancamiento creativo, sino es que social. Abracemos inevitables como no poder ser moneditas de oro, reflexión que no se pelea con querer ser mejores. Amar con fanatismo u odiar con grito y sombrerazo es un despropósito similar a enojarse y explotar con la familia, amigos, conocidos o desconocidos por la derrota del equipo de futbol, más si se trata de una banda de rock. Cierto, Coldplay psiblemente está consciente de esto y juega con el marketing (“odio quiero más que indiferencia, porque el rencor hiere menos que el olvido”), pero nunca dejará de participar en Superbowls ni olvidará esa positividad que satisface a sus millones de seguidores solo por la desenfrenada envidia de sus odiadores. No dejarán de hacer lo que les plazca por la mala leche en su contra, y qué bueno.

¿Y a qué viene todo esto? A que la banda casi le echa sal a la herida progre light con su nuevo video musical de “Everyday Life”, la canción principal de su último álbum. Dirigido por Karena Evans, de 23 años (quien también dirigió los videos de “Nice for What”, “God’s Plan” e “In My Feelings” de Drake), muestra a la banda británica interpretando la canción en Ucrania, Sudáfrica y Marruecos.

 


 

En lo que también es una táctica de marketing social woke -hoy lo de menos-, el videoclip se estrenó en la estación de televisión comunitaria sudafricana Soweto TV. En este vemos a practicantes de bailes populares acompañados de una voz en off que dice: “Ubuntu es una palabra Xhosa. Significa ‘humanidad’. Básicamente, siempre necesitarás a la siguiente persona. ¿Sabes a lo que me refiero? Entonces, una mano lava la otra, una mano necesita la otra para limpiar. Eso es Ubuntu. Para ayudar a otros, a tus hermanos, a tus hermanas. Incluso cuando son extraños y no los conoces, se supone que debes ayudarlos”.

El sencillo se desprende de su último larga duración, homónimo a la rola, Everyday Life, su primer álbum doble que presentaran en vivo en Amman, Jordania. Cabe recordar que poco antes de la fecha de lanzamiento del álbum, el líder de la banda, Chris Martin, anunció que no harán gira de Everyday Life hasta que hallen una manera de que sus conciertos sean neutros en cuanto a la huella de carbono que dejan.

La realidad es que ellos no están a punto de resolver el cambio climático, si no te gustan te recomiendo que no los escuches y punto. Pero parece necesario alejarse de la mentalidad de rebaño enojado y virulento, magnificada por Internet. Y dejemos de lado a Coldplay, ellos qué, esta actitud es más grave en temas relevantes en la rutina. A la banda londinense escuchémosla si queremos, pero aceptemos que no llegarán a preguntarnos: “¿Qué puedo hacer para hacerte feliz?”. Nuestras reacciones o felicidad no son responsabilidad de nadie externo, menos de un acto de música pop.

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