Debajo de toda gran ciudad existe una enorme cloaca en la que habitan centenares de cucarachas, escurridizas, ágiles y resilientes. Con un temor latente de ser aplastadas, pero el instinto de supervivencia las ha hecho resistentes a cualquier desastre nuclear, pero, ¿no es curioso que su muerte pueda ser ocasionada por una simple suela de zapato que con desdén y asco pisotea hasta despedazarla?
Parasite, dirigida por Bong Joon-ho y escrita por Han Jin-won, ha sido denominada como la mejor película del año. Después de haber obtenido la Palma de Oro en el Festival de Cannes como la mejor película en la competencia principal, la cinta coreana ha dado mucho de qué hablar, pero sobre todo de qué pensar. Además es la primera cinta cinematográfica de origen coreano en obtener este premio, y también obtuvo el premio por la misma categoría en el Festival de Cine de Sidney.
Protagonizada por Song Kang-ho (Memories of Murder, del mismo director), Lee Sun-kyun (My Mister), Cho Yeo-jeong (Bang Ja Jeon), Choi Woo-shik (The Witch: Part 1) y Park So-dam (Beautiful Mind), Parasite es una cinta de pliegues que van desdoblándose paulatinamente, para descubrirse en capas y capas de personalidades, secretos, anhelos y temores en cada uno de los personajes y escenarios. Un retrato de las más profundas angustias de la humanidad, de la mayoría, que insiste en señalar como minoría, que apenas sobrevive en la precariedad. Cucarachas escurridizas, parásitos de una sociedad que las ha orillado a los rincones oscuros de cualquier capital. Los exiliados que miran el mundo desde las alcantarillas, sin impedirles salir de vez en cuando y fingir, en el ínter de intentar, ser alguien para no ser aplastados con desdén.
Esta cinta cuenta una historia ubicada en Corea del Sur, pero que bien podría ser cualquier ciudad principal de Latinoamérica. Dos familias, dos clases sociales contrastantes, la familia que les abre su puerta a su mansión y la que entra como empleada. ¿Quién es el impostor? Es la pregunta eslogan de la cinta y, claramente, la tesis de todo el filme. En encuadres perfectamente planeados, con intenciones más allá de la estética, el lenguaje cinematográfico de Parasite va dibujando una historia en la que podemos recalcar el papel de cada personaje desde su psicología y perversidad, hasta su desarrollo y evolución en cámara.
La película se desarrolla en dos escenarios principales, y la arquitectura es un eje principal para poder narrar la historia. Incluso, dentro de la ficción se resalta el hecho de que la casa de la familia Park, los millonarios de clase alta, fue construida por un importante arquitecto. Con un juego de luces, tomas y recorridos por la casa, Parasite desenvuelve inteligentemente la trama. Nada es deliberado, incluso los códigos secretos que se van revelando a lo largo del filme, tienen un papel fundamental en la metáfora y literalidad en la que se construye.
La crítica ya ha destacado estos elementos, citando a Le Corbusier, arquitecto y teórico de la arquitectura, urbanista, diseñador de espacios, pintor y escultor: "El espacio, la luz y el orden, son tan necesarios como el pan o un lugar para dormir". El lenguaje cinematográfico se vale de distintas formas, y las que destacan son precisamente la utilización de luces, espacios y secuencias para contarnos un drama, comedia o lo que sea. Al momento de ver cine no sólo nos sentamos a escuchar una historia, lo importante nunca está explícitamente, leer, ver, escuchar y sentir entre líneas es el clave de este lenguaje.
Algo por lo que brilla en su genialidad Parasite son las decisiones técnicas que van mostrando la evolución de una historia que, a pesar de intuir un plot twist casi evidente desde el inicio, la forma en la que llega a este es completamente inesperada. Con una comedia inteligente, un suspenso pulcro, una crítica brutalmente directa, una realidad siniestra y una perversidad íntegramente real, Parasite se halla en un punto de encuentro entre los dos mundos que conviven diariamente, pero que naturalmente nunca podrán unificarse, porque son como el agua y el aceite.
Funambulista entre la tragedia y la comedia, Bong Joon-ho orilló a cada personaje a caminar sobre la cuerda floja entre la adversidad y el confort. Dos familias cegadas por sus propios anhelos y prejuicios, ¿quién es más ciego que quien viéndolo todo asume evitarlo? El hedor de una clase baja que hace todo por sobrevivir y buscar un lugar en la sociedad, uno que, a los ojos de Joon-ho, sólo el dinero, los títulos universitarios y el arte te dan.
Todos lo días, mensajes de auxilio son ignorados desde las profundidades de cualquier ciudad. Pasan inadvertidos los dolores más desgarradores de una familia ordinaria y desafortunada, sólo un verdadero explorador, artista o un verdadero loco sería capaz de descifrarlos y notarlos, o simplemente alguien que ha vivido en las mismas venas de las alcantarillas. La metáfora literalizada de Bong Joon-ho ofrece una amplia visita al mundo subterráneo de nuestra civilización, a la periferia abandonada por el orden y la seguridad, a la inequidad respirando fuertemente, pero que el mundo de arriba sigue ahogando con grandes empresas, corporaciones e imperios.
“Es una metáfora”, resalta todo el tiempo uno de los protagonistas, un diálogo deliberado expuesto para la ridiculización de lo que vendrá después. Al tirar del telón un escenario más complejo se dibuja y una reacción más siniestra se asoma en cada personaje. La roca sacada del río, nunca dejará de pertenecer a este cauce. La increíble decisión del desenlace para esta cinta, es un fuerte recordatorio de lo que la humanidad representa, anhela, aspira y llora, pero sobre todo esta última, desde el silencio del confort, el miedo y la sofocante presión de un mundo que mira desde arriba, y eso sólo cuando mira.
Estará disponible en Cinépolis, distribuida por Sala de Arte, a partir del 25 de diciembre.