¿Quiénes somos si no el reflejo de un rostro ajeno? Cerca de un pueblo costero en Tailandia, miles de rohinyá mueren ahogados en búsqueda de un refugio. Mientras un pescador local se dedica a recoger estos cadáveres, de quienes se quedaron con el mar en la mirada y sus ganas de escapar. El primer largometraje de Phuttiphong Aroonpheng, Manta Ray, los espíritus ausentes, retrata la historia de este pescador, quien una noche se encuentra con un hombre herido y perdido. Decide rescatar al forastero, quien es mudo, y el vínculo entre los dos se expande a lo que podría llamarse una amistad, incluso el pescador le da el nombre de Thongchai.
La historia comienza a enredarse cuando, repentinamente, el pescador se pierde en el mar y Thongchai comienza a involucrarse en su vida. Como si se tratara de una sombra muda, que comienza a habitar el espacio y la vida de quien lo rescató. Este largometraje ilustra una sucesión de acciones, imágenes, sonidos y diálogos, que se entretejen en abstracciones metafóricas y literales sobre un discurso concreto.
Phuttiphong Aroonpheng dedica esta cinta, en la primera escena, a los rohinyás. Quienes pertenecen a un grupo étnico musulmán de Myanmar (Birmania) y quienes fueron desterrados bajo una “limpieza étnica”, provocando que varios huyeran a países vecinos, entre ellos Tailandia, y en donde todavía fueron objetos de discriminación, abusos y constante violencia.
Manta Ray, los espíritus ausentes es una película que si bien no trata explícitamente la denuncia, coloca a sus personajes en un contexto bajo la visión crítica del director. Sin embargo, el motor de la historia radica en los monstruos oscuros e inquietantes que habitan en toda naturaleza humana.
Desde la compasión, el reconocimiento de uno en los demás y la empatía y las rutas que llevan a ella, Aroonpheng encuentra un punto de encuentro entre la abstracción y la literalidad para llegar al meollo de esta historia –habitada de seres perdidos en las olas del mar y abandonados por sí mismos– para retratar una historia sencilla, pero atrevida, desde el misticismos, realismo mágico y atisbos crudos de realidad, sobre la búsqueda de identidad y enrarecimiento que habita en cada uno de nosotros y el mundo que nos rodea.
La naturalidad de las actuaciones y los encuadres de la cinta, nos adentran en cada personaje de la historia. El buen manejo de los recursos cinematográficos enriquecen a la cinta, para crear una experiencia onírica, acuática y marina, en la que prevalece una mirada compasiva con ecos de urgencia política sobre un contexto específico, pero que bien funciona desde la universalidad de lo que el mundo respira día con día.
Desde una atmósfera visual, completa y llena de metáforas abruptas y sutiles, la ambientación sonora también juega un papel completamente verosímil y ensimismado en la narración de la historia: y fue musicalizada por un dúo de teclados con base en Francia, compuesto por Mathieu Gabry y Christine Ott, llamado Snowdrops.
Para recrear la constante extrañeza que manifiesta la cinta, la sensación de sentirse siempre extraños en un sitio ajeno, Snowdrops explora una dimensión sónica centrada en la exploración de tonalidades vocales, ambientaciones naturales y diferentes escalas sonoras a lo largo de ambos teclados de piano. Además, dentro de la cinta, se recreó el cover de “Hot Springs”, del famoso tailandés Rasmee, quien incluso aparece como actor dentro de la cinta.
El ir y devenir de la cinta en cuanto a los espacios físicos y sensoriales, se debe, en mayor medida, a las composiciones musicales y ambientales de Snowdrops. Igualmente, esta banda, que apenas debutó con este soundtrack, participó de lleno en el diseño sonoro de la cinta, creando una película con imágenes orgánicas, completamente sensoriales. Todo esto, a través de la ambientación tropical que esta consigue desde el principio, para llegar a un espacio de catarsis con el último piano que escuchamos al final de la cinta.
No cabe duda, que esta ópera prima de Phuttiphong Aroonpheng ha conseguido llamar la atención para quienes se atreven a caminar en el misterio de un bosque oscuro y extraño para reconocerse en el otro y en sí mismos. No nos extraña que Manta Ray, los espíritus ausentes haya ganado varios premios, destacando la Mejor Película en la sección Orizzonti en el Festival de Cine de Venecia, pues la extrema sensibilidad y cuidado con la que se realizó, logra manifestar las inquietudes internas desde varias aristas de interés social y artístico.