Cuando pensamos en la vida y su definición, es lógico que aterricen a nuestra mente imágenes que van desde las plantas, animales hasta a nuestro reflejo en cualquier espejismo y a la humanidad misma. Es decir, pensamos en la vida terrestre, y la biodiversidad que hemos visto posible en nuestro planeta.
Sin embargo, existen cientos de cerebros en el mundo que aún se cuestionan sobre estas posibilidades en cualquier otro lugar, lejos, tan lejos que la distancia se mida con años luz, entonces surge la máxima incógnita, ¿hay vida en otros planetas?, ¿estamos solos en el universo?
Más allá de las cuestiones filosóficas, religiosas y demás vertientes ontológicas que estas preguntas puedan suscitar, lo cierto es que no necesitamos de tanta grandilocuencia para que en un día normal se aborde el tema de los extraterrestres o la vida en el universo. En otras palabras, la cultura popular se ha encargado de saturar la narrativa de la ciencia ficción desde distintas perspectivas, pero claramente la narratología espacial sigue siendo una que hasta la fecha ha trazado su propio camino, desde el drama y el terror, hasta la comedia misma.
Es decir, la fascinación por los alienígenas existe desde años atrás. Inmediatamente podríamos pensar en autores como Mary Shelley, H.G. Wells o Julio Verne, pero incluso ellos fueron precedidos por una obra mucho más antigua: Relatos verídicos o Historia verdadera, escrita en el siglo II por Luciano de Samósata, en la que el escritor sirio narró viajes espaciales, vida alienígena y hasta guerras interplanetarias.
No cabe duda de que la curiosidad por descubrir más vida allá de nuestras propias limitaciones, ha existido desde siempre. Ya sea desde un enfoque mitológico, narrativo o hasta científico, la idea sigue palpitando aún en nuestras venas. No por nada las misiones espaciales siguen, y seguirán siendo, noticias de gran relevancia para el resto del mundo. Bajo esta tesis, recordamos que hace 46 años, un 16 de noviembre de 1974, el ser humano lanzó su primera carta hacia el espacio, con el propósito de mandar un mensaje a alguna vida inteligente capaz de descifrarlo.
Una carta con destino hacia las estrellas y vidas alienígenas
Se trata del Mensaje Arecibo, el cual tenía una longitud de 1679 bits y fue enviado hacia el cúmulo de estrellas llamado M13, ubicado a 25 mil años luz. A pesar del esfuerzo, anteriormente narrado, por colocar un escenario en el que la comunicación con otra vida fuera del planeta fuera el eje principal de esta misión, tendremos que aceptar la realidad.
De primer momento, el mensaje tuvo que ver más con una demostración tecnológica, antes que el intento de comunicación. En realidad, fue enviado en conmemoración de la remodelación del radiotelescopio de Arecibo, en aquel entonces.
Sin embargo, esto no le quita que uno de los objetivos haya sido genuinamente comunicarse con otras civilizaciones, y que, en sí, el proyecto haya sido realmente interesante. El mensaje fue creado por Frank Drake (el padre de la ecuación que lleva su nombre) y Carl Sagan, y más científicos.
Un mensaje en código
Se trata de una imagen formada por mil 679 dígitos binarios, y su transmisión duró menos de 3 minutos. La cifra de estos dígitos no fue una al azar, pues 1679 es un número semiprimo. Es decir, el producto de dos números primos. Por lo que esa es la primera información del mensaje. Entonces, mil 679 es el producto de 73 x 23 (o viceversa).
Fue configurado de tal forma, para que el receptor tuviera varias opciones para descifrarlo y comprenderlo. De ser así, habría presenciado los números atómicos del hidrógeno, carbono, nitrógeno, oxígeno y fósforo, con los cuales se compone el ADN del homosapiens, es decir, nosotros.
Igualmente, de ser descifrado, el receptor podría conocer cuál es la altura promedio de un ser humano, la población de la Tierra, el Sistema Solar y una imagen del radiotelescopio de Arecibo y su diámetro.
¿La misión ha llegado a su destino?
A pesar de que hace 46 años lanzamos este mensaje, recordemos que fue enviado a 25 mil años luz, hacia el cúmulo de estrellas M13. Así que no, la respuesta es que aún no llega. Y de hecho, hoy en día, ya se sospecha de que no haya sido el mejor sitio para buscar vida. Ya que los cúmulos de estrellas se tratan de lugares mucho más densos que nuestro propio vecindario estelar.
Además, los esfuerzos por encontrar la respuesta nos ha llevado a más intentos parecidos. Pensemos en las sondas Voyager, que partieron en aquella época. En la que también llevan a bordo un disco de oro, con información sobre nuestro planeta, nuestro sistema solar y otras cosas.
Sin embargo, las esperanzas no dejan espacio a las dudas, y las posibilidades siguen latentes en que, quizás, algún día encontraremos algo que nos haga vivir nuestra propia película de ficción y nos haga replantear toda la filosofía escrita y pensada a lo largo de los siglos por nuestra propia especie.
Descubre el universo con el mejor equipo sólo en Sanborns.