Escribir es un acto en movimiento en el que se tejen historias que respiran, crean y palpitan. La gastada metáfora del oleaje y su constante intercambio de instantes se transforma en cuanto hablamos de la escritura de Virginia Woolf. Más allá de metaforizar al océano, Woolf lo devoró para convertirse en una ola resucitada cada que toca tierra en alguna mirada lectora, aún a 81 años de su muerte.
Un 25 de enero de 1882, hace 140 años, la escritora británica llegó al mundo para construir una habitación propia en la que las esquinas engrosaron una literatura iniciática para un discurso que buscaba, o busca, reconocer la creación de las mujeres desde su emancipación y la búsqueda de la voz y crítica propia.
¿Cómo hablar de la vida de Woolf sin caer en las romantizaciones o clichés? ¿Cómo reflexionar sobre su obra sin dibujarla como el performance consolidado en su suicidio? Erróneamente la literatura, y arte en general, ha colocado a las imágenes violentas, depresivas y turbias de la vida de cualquier autor en la razón de la obra y no en un síntoma a las circunstancias, contexto y demás.
El arte tiende a mitificar la obra de los artistas en una atmósfera de tensión en la que los entornos inoportunos y mayormente peligrosos para sí mismos son el punto de partida de la genialidad y calidad de su producto. Sin embargo, y a juicio personal, apuntar a eso es quedarse con la primera lectura y mirar por el camino fácil y simplista.
Por ejemplo, Woolf actualmente es catalogada como una escritora feminista y aunque no hay dato que contaste que ella se autodenominara como tal, es un hecho que su escritura sí refleja una fuerte visión emancipadora de la mujer, en la que busca empoderar el discurso liberador sobre la creación y expresión de las mujeres.
Virginia Woolf comenzó a escribir formalmente desde 1905, es decir cerca de los 23 años, aunque su primera novela fue publicada diez años después; su obra reúne un total de nueve novelas publicadas, diez colecciones de cuentos y muchos libros de no ficción entre los cuales destaca su reconocido ensayo Una habitación propia.
La obra de Woolf expresa una visión tangible sobre su contexto, y lo aprovecha para profundizar en las emociones humanas y la complejidad de ellas. En este sentido, su narrativa indaga en un monólogo interior que, de hecho, podría denominarse como una de sus principales aportaciones a la novela moderna.
En su obra también hay grandes destellos del psicoanálisis, ya que da profundidad a cada personaje y lo dimensiona en diversos ejes tanto internos como externos. Incluso los expertos han comparado esta construcción de personajes y tramas con autores de alto calibre como lo fueron James Joyce y hasta el mismísimo Franz Kafka.
Woolf no se estacionó en un género ni mucho menos en los convencionalismos narrativos de su época, Las olas es un gran ejemplo para ilustrar esto. Se trata de una novela publicada en 1931, con esta la autora rompió los esquemas tradicionales de lo que una narrativa de ficción debía contener. Esta obra experimental se centra en la vida de seis personajes, tres mujeres y tres hombres que van contando la historia de su vida a través de un monólogo interno y cada etapa de sus vidas va recorriendo la puesta de sol. Desde que amanece hasta que anochece, como metáfora de una vida.
No cabe duda que hablar del trabajo de Woolf es emprender el camino de una tesis casi hasta doctoral, pues no podríamos terminar de desmenuzar su impacto y su importancia en unas cuantas palabras. Sin embargo, queda claro que la autora no sólo derribó estigmas y barreras, sino que de hecho incursionó temas y definiciones “prohibidas” en su momento, como lo fueron la identidad y expresión de género, la orientación sexual, la emancipación de las mujeres y el deseo de manera inteligente y completamente asertiva.
Hablar de Woolf es hablar más allá de su suicidio o las razones que la llevaron a esto, es profundizar en cada una des sus obras sobre la complejidad de las emociones humanas y las decisiones que nos construyen tanto interna como externamente.
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