En 1997, la pequeña editorial Bloomsbury le daba la bienvenida al mundo a un libro sobre hechiceros, escrito J. K. Rowling, una madre soltera que creó el mundo en un tren, con un nombre que sólo denotaba su apellido para que su género fuera desapercibido. Con un tiraje de 500 copias, nadie pensaba que Harry Potter sería un punto y aparte en la cultura popular hasta hoy en día.
Aunque la oportunidad de publicación se la dio una editorial inglesa y no le fue mal para ser una escritora desconocida, fue hasta que llegó a Estados Unidos que comenzó el fenómeno. En 1998, Scholastic compró los derechos de publicación de Estados Unidos por la asombrosa cantidad de $105,000 dólares, unas 10 veces más que la venta promedio de derechos en el extranjero en ese momento.
Arthur Levine, el editor de Scholastic que adquirió los libros, tenía un ojo excelente para los libros británicos que funcionarían en los Estados Unidos, ya que había adquirido los derechos estadounidenses de Redwall y His Dark Materials. Pero sin duda, fue la cantidad de dinero que le otorgó a Harry Potter un gancho publicitario y un gran presupuesto.
Claro que la prensa puso atención al pequeño libro en inglés que había cosechado una venta tan enorme. La curiosidad estaba puesta, además de una historia perfecta para las columnas de cultura.
Junto a ello, Scholastic tenía que recuperar el dinero de alguna manera, y lo hizo poniendo un esfuerzo extra en la publicidad. Tanto un diseño icónico para un diseño en tapa dura, hacer arreglos para que el libro se mostrara en las mesas delanteras, así como enviar la historia a periódicos y revistas.
Recursos que usualmente no se le dan a un autor desconocido. Y aun con todo esto, es claro que si la historia no le hubiera gustado a los lectores que llegaron de alguna forma a los libros, nada de estos esfuerzos hubieran resultado en el reset cultural que es incluso a 25 años.
Como suele suceder con los fenómenos, no fue del agrado de todos. Incluso muchos críticos vieron mal el hecho de que gran parte de su público fueran adultos, una crítica bastante superficial, sobre todo para los que ya han leído la saga completa, saben que la trama no siempre es un pasaje de esperanza.
A esto se le unieron sus controversias que iban explotando conforme el fenómeno iba encontrando cada vez más lectores. Al final, la saga era una obra de fantasía, involucra hechicería y brujería. La sensación de que los libros promovieron lo oculto resultó ser la base de los constantes desafíos a la presencia de la serie en las bibliotecas y librerías escolares por parte de padres conservadores preocupados.
En algunas regiones, la presión para censurar la serie fue tan alta que dio lugar a demandas: en 2003, un juez ordenó que un distrito escolar de Arkansas que había retirado los libros de las escuelas debido a la promoción de “la religión de la brujería” los devolviera. Intentos formales similares de remoción persistieron en la segunda mitad de la década, y los libros continúan irritando a los líderes religiosos conservadores que advierten sobre su influencia "demoníaca".
Ya ni hablar de la sexualidad queer del personaje más querido de la autora, Dumbledore, que enojó tanto a los conservadores, como a la fanbase queer. Claro que por distintas razones, pero este tipo de controversias sólo ayudaron a que se hablara más y más de la saga.
Lo cierto es que la demonificación de Harry Potter no es nuevo, cada década hay algo que cumple con los requisitos de censura para ciertas personas. Pero el mundo que se ha creado y el cambio de 180° de la industria editorial y de Hollywood, es mucho más grande que las controversias, nuevas o viejas.
Sin duda, ahora es común encontrar que las editoriales publican muchísimos libros para niños y adolescentes, con extensiones enormes, de mínimo 300 páginas. Y que muchos de ellos, terminan en una película (que espera ser una saga) o una serie en alguna plataforma de streaming.
Y sí, todo esto fue gracias a Harry Potter, literalmente puso un punto y aparte en la cultura pop.
Antes de la historia del niño que sobrevivió, la sabiduría aceptada era que los niños no tenían la capacidad de atención para leer libros largos, y que los niños no estaban comprando sus propios libros. Quienes tenían el dinero eran sus padres, y nunca estarían dispuestos a pagar uno o dos dólares extra por un libro más largo, con impresión y encuadernación extra.
Pero después de que Harry Potter se convirtió en una fuerza cultural imparable, y quedó claro que los fanáticos seguirían comprando los libros sin importar nada, comenzó a expandirse. Los últimos cuatro volúmenes de la serie son todos registran más de 700 páginas cada uno.
Los editores y los escritores infantiles se dieron cuenta. Booklist descubrió que las novelas de grado medio se expandieron un 115,5% entre 2006 y 2016, la década en la que las novelas de Potter alcanzaron su punto máximo.
Aumentaron solo un 37% entre 1996 y 2006.
En este sentido, desde 2004 en medio del fenómeno de la saga, las ventas de libros infantiles que no eran de Potter aumentaron un 2 por ciento al año. Desde entonces, el mercado infantil en su conjunto ha visto aumentar sus ventas en un total del 52% (4% al año). A modo de comparación, el mercado general de libros ha aumentado apenas un 33 por ciento desde 2004.
A la generación de Harry Potter le gusta leer, y según los expertos, los millennials leen más que cualquier otra generación, y también creó un panorama cultural en el que los libros para niños son las principales fuerzas culturales y una fuente de ideas para Hollywood.
Los estudios cinematográficos recorren las listas de éxitos de ventas de los niños en busca de propiedades que puedan convertir en el próximo Harry Potter: de ahí Crepúsculo, Los juegos del hambre, Divergente y todo lo demás.
Antes de esta saga, la franquicia de libro a película no era un cliché. Lo es ahora, y eso es porque el niño mago y sus amigos transformaron toda una industria.
Así pues, después de 25 años y aunque la Pottermania ha bajado de decibeles, aún podemos sentir el cambio que generó en la cultura pop. El universo de los niños magos hace mucho que es más grande que cualquier humano, y vale la pena mirar el fenómeno cultural así como los cambios que han escarbado tan profundo, que hoy en día nos parece normal la revolución. Casi como si hubiera estado siempre.
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