El 2020 fue el año más aterrador en mucho tiempo. Durante bastantes meses, estuvo en un estado de alerta que no era idóneo, la humanidad nada sabía del nuevo coronavirus y se propagó rápidamente, haciendo que en cuestión de unos meses estuviera en todos lados. Las fake news estaban en todos lados, los niveles de estrés y desesperación eran altísimos. Vaya, un año que vamos a recordar como humanidad.

En este sentido, no es de extrañar que en 2020 millones de personas hayan perdido relaciones de amistad, de trabajo, familiares o románticas. Algunos fue por desinterés, otros porque descubrieron que sus amistades compaginaban poco con sus creencias. 

Los estados de estrés sacan lo peor o lo mejor de la humanidad. La diferencia es que esto no era una cuestión de alerta que fuera ajena a las personas, como un sismo o una guerra, sino el “enemigo” podía estar en cualquiera y nos tocó lidiar con todo ello en soledad.

Todo estas situaciones nos hicieron enfrentarnos con nosotros mismos, y nos encontramos en una anagnórisis continua, que en silencio sólo se hizo más grande. Simplemente, la salud mental precaria post-covid, será la próxima pandemia.

Básicamente, en los meses más fuertes de miedo en la pandemia, nos transformó. No éramos las personas que padecieron esa situación, y claro que alteró nuestros comportamientos. Tanto de nosotros mismos, como de los otros. 

Y en esos momentos, puede que hayamos visto comportamientos en nuestros amigos que no eran propios de ellos, o lo vimos en nosotros mismos. Simplemente personas que siempre queríamos contactar, sólo dejamos de hacerlo, o hubo un malentendido de por medio y nadie quiso arreglarlo.

Que todo el mundo estaba en un momento vulnerable, y esto puede conllevar a que incluso las relaciones más estables, terminaran rotas. 

Pero esto no sólo tiene una mala cara de la moneda, sino que también existe el reverso, en el que nos percatamos que ciertas personas eran tóxicas para nuestra vida y descubrimos que sin ellas, nuestra existencia en pandemia era más apacible.

En este sentido, también tuvieron que ver las restricciones sociales y nuestra seguridad frente a la covid-19. Muchos rompieron relaciones con personas que mintieron con síntomas, o con viajes (en los momentos más álgidos) y la necesidad de protegernos, hizo que nos alejáramos de aquellas personas. Por algo existe el término registrado en la RAE, “covidiota”.

De igual manera, también nos encontramos con el otro extremo, personas que viven en un estado continuo de agorafobia y te sientes juzgados por ellos, por el simple hecho de dar una caminata por tu cuadra. Incluso los que sacaron los “trapitos al sol” sobre los “extranjeros” y los “que trajeron la covid”.

Estos choques de opiniones también destruyeron muchas amistades, relaciones de pareja o incluso familiares. Al menos hemos escuchado una historia de alguien se alejó de otra persona por alguna de las dos situaciones.

Evaluar la situación resulta ahora un poco más claro que hace un año. La situación mejora poco a poco y la evolución de nuestro estado emocional varía permitiéndonos ver con mayor claridad lo que estamos viviendo. 

Tenemos más perspectiva y posibilidades de socializar. Existe una vacuna. Sabemos cómo nos contagiamos y cómo no. Hemos aprendido a convivir con el virus.

Tal vez este 2021 estemos más solos que en 2019, pero sin duda, las personas a nuestro alrededor que permanecen, suelen ser las personas que siempre debieron de estar. Ya sea que compartan opiniones, que no pongan en riesgo al otro y a sí mismo, o que simplemente hayan procurado la conexión a pesar del distanciamiento social.

Todo eso se valora, y vaya que es cierto, los verdaderos amigos se cuentan con los dedos de una mano.

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